No lo puedo evitar, cada vez que llega el mes de marzo es como si me diera un vuelco el corazón, otra vez me vienen a la cabeza los momentos tan duros que atravesamos aquella primavera del dos mil veinte.

Han pasado veinte años y ya nada es igual, los niños de ahora apenas saben que otros como ellos tuvieron que pasar encerrados en sus casas semanas sin correr por el parque, jugar con los amigos, incluso, sin abrazar a los abuelos. A pesar de las dificultades del momento, ¡cómo se portaron! Fueron auténticos héroes anónimos capaces de soportar, sin protestar demasiado, algo que para muchos adultos empezaba a ser inaguantable.

Recuerdo una de las sensaciones más compartida, la incredulidad, cómo nos puede estar pasando esto, en una sociedad desarrollada que pensaba que las grandes epidemias eran algo del pasado, o en todo caso circunstancias que solamente podían producirse en países pobres. En esta ocasión pasaba todo lo contrario la pandemia se ensañaba, primero, con los países más ricos y producía estragos, no solo en vidas humanas, sino también en la economía, que la llegó a poner al borde del desastre.

Otra imagen imborrable, el miedo en los ojos de las personas que te observaban como si fueras un adversario potencial en una guerra absurda, sin bombas, sin uniformes y en la que tu peor enemigo podía ser tu vecino. Fueron tiempos tan revueltos que llegué a dudar acerca de la condición humana y la capacidad de raciocinio de las personas.

Que difícil debió de ser la toma de decisiones en aquel momento, poner a millones de personas en sus domicilios, paralizar la actividad económica, cerrar colegios, universidades€ Y todo eso, con un enorme desconocimiento acerca del comportamiento del virus causante, del cual se desconocía casi todo. Además, la política una vez más hizo agua, ante un fenómeno mundial como aquel, las fronteras se volvieron a cerrar para adoptar, cada uno de los países, medidas de protección frente a los que vivían al otro lado de sus límites, algo que resultó especialmente llamativo y triste con los integrantes de aquello que se llamaba Unión Europea y que no supo estar a la altura de las circunstancias.

Fue muy curiosa la aparición de un género nuevo de héroes que no protagonizaban ninguna serie televisiva ni eran personajes de comic, simplemente profesionales sanitarios que, de la noche a la mañana, se convirtieron en los personajes más valorados de una ciudadanía que estaba en sus manos, algo de especial relevancia ya que combatían la pandemia, luchando cuerpo a cuerpo contra ella y muchos se quedaron en el camino.

Una de las cosas más llamativas fue aquello que llamamos el cambio en la escala de valores, comenzamos a apreciar cosas que antes pasaban absolutamente desapercibidas en la vida cotidiana, como sentarnos en una terraza, ir al cine, dar un abrazo a un amigo, en fin, cosas pequeñas que de un plumazo habían desaparecido de nuestras vidas.

Si las grandes víctimas fueron los miles de personas que fallecieron, las siguientes que peor lo pasaron fueron los cientos de miles de parados que surgieron como consecuencia de una economía incapaz de soportar todos los esfuerzos requeridos para salvar vidas humanas, y para estos, desgraciadamente, la vacuna, que se descubrió al poco tiempo no les sirvió para nada. Qué recuerdos y sobre todo, lo más importante, la forma en la que nos cambió a todos la vida a partir del momento en el que nos dejaron abandonar el encierro.