El covid-19 no será ni el principio ni el fin de la historia, pero cambiará sustancialmente nuestra forma de entender el mundo que nos rodea. La vida siempre se abre camino, y más cuando coexiste con un escenario de conflicto con el que amanecemos cada día desde que la pandemia del coronavirus nos golpeó en España y en Europa. Resulta también sorprendente ver cómo, en ocasiones, la historia dibuja peligrosos paralelismos con los siglos precedentes, que confirman a modo de ironías del destino, fracasos colectivos que se venían fraguando años atrás, y que acaban por configurar una tormenta perfecta que nos dificulta presentar un frente común a esta crisis global que hoy padecemos.

La Rusia de Putin, los EEUU de Trump, el Brasil de Bolsonaro o el Brexit de Johnson, unido al resurgimiento de la extrema derecha en Europa, configuran un escenario internacional poco o nada solidario para plantar cara a este terrible enemigo silencioso que mutará, sin duda alguna, de virus a miedo, y luego a una rabia global en poco tiempo. A estas circunstancias de inestabilidad internacional se une un proceso de retirada, que se inició hace algún lustro, en nuestro modelo nacional de estado de bienestar, con los recortes sociales tras la última crisis financiera y la permanente presión de los neoconservadores para minimizar nuestros servicios públicos y el protagonismo del Estado.

En consecuencia, esta crisis nos llega en el peor momento, y quizás por este motivo nos veamos obligados a presentar en el futuro inmediato una opa hostil en legítima defensa a todos esos planteamientos insolidarios, que se manifiestan ineficientes e incapaces ante un adversario que no contempla diferencias entre ideologías, religiones o naciones.

Este es el nuevo escenario al que nos corresponde hacer frente, pero creo, no obstante, que sí podemos ser optimistas. Hoy contamos con dos poderosos elementos a nuestro favor. El primero, nuestra capacidad para sacar lo mejor de nosotros mismos ante unas circunstancias tan adversas como las actuales.

Ya lo conseguimos como humanidad durante los años cuarenta del pasado siglo donde no solo derrotamos a los totalitarismos que amenazaban nuestra convivencia común, sino que también constituimos una nueva organización internacional bajo las siglas de la ONU que ha sido en parte efectiva durante estos últimos 75 años.

Así como la paulatina democratización del planeta y la posterior implantación, al menos en Europa continental, de ese nuevo modelo de Estado de bienestar que reformaba aquella concepción de inicial inspiración socialdemócrata que tendía a postular, frente al sistema capitalista imperante, unos potentes servicios públicos en sanidad y educación, que actuaban además como garantes de la ciudadanía y sus clases medias y obreras, ante la injusta y egoísta competencia que podía llegar a imprimir el modelo de economía de mercado.

Esta segunda respuesta de éxito social permitió la creación de la actual Unión Europea, una institución que ha configurado en nuestro continente, durante estos últimos 60 años, un periodo definido por la paz y el progreso común.

Hoy, además, contamos con un segundo gran aliado para sortear esta nueva crisis económica que ya nos amenaza, la respuesta se encuentra precisamente en un retorno paulatino de esas políticas keynesianas que deben incentivar el crédito y la financiación, y posteriormente la creación de empleo y la inversión en obra pública y servicios.

Estas acciones deben diseñarlas y desarrollarlas nuestras instituciones, tanto estatales como europeas, para ayudar a trabajadores, autónomos o empresas a suplir esa falta de actividad económica, obligada durante este periodo de confinamiento, para que puedan consolidarse en sus respectivos sectores productivos.

El gasto público debe centrarse precisamente en el cometido de salvar primero y sanear después las maltrechas economías de nuestras familias y empresas, todo ello, amparado bajo la tutela de un estado solidario que debe exigir más a aquellos que más pueden ofrecer para salvar esa paz social que tantos siglos nos ha costado alcanzar. Y para eso necesitamos una política seria, comprometida, valiente, que deje de lado, de una vez, los reproches, las posiciones partidistas y electoralistas y aspire, a través del diálogo, el pacto y el acuerdo, a construir una sociedad mejor.

La sociedad del siglo XXI posterior a la crisis del coronavirus será, sin duda, una sociedad más digital, espero que más solidaria y sociable frente al individualismo del confinamiento actual, más preparada socialmente para abordar pandemias futuras (que las habrá) y deberá estar más cohesionada, más unida, privilegiando aquellos sectores que esta crisis ha evidenciado como esenciales.

Hoy resultaría insultante no reconocer errores pasados, por tanto, nos corresponde invocar como un principio intocable ese que define la sanidad como una prioridad de máximo nivel social, junto a la justicia social, la igualdad y la sostenibilidad del planeta en el que vivimos. El agradecimiento a nuestro personal sanitario solo será real cuando comprendamos, como sociedad, que solo un sistema de salud con recursos suficientes y de gestión pública puede hacer frente con éxito a esta terrible crisis a la que hoy nos enfrentamos. Espero que el tiempo no cambie la demostración de máximo respeto y admiración hacia todas las personas que nos estáis ayudando a salir de esta difícil situación. Pronto nos abrazaremos y sabremos que lo hemos conseguido.