La ley más universal que conozco es la de la reciprocidad (también la del mínimo esfuerzo es muy importante, pero no es el foco).

Carlo M. Cipolla (¡cebolla en castellano..., no dejemos volar la imaginación!) escribió hace tiempo un ensayo delicioso y mordaz que sigue siendo vigente, y que permite dar un marco adecuado a la nueva solidaridad, la llamada solidaridad cívica. Él lo denominaría de manera mucho más sencilla «comportamiento inteligente». El ensayo se titula «Las leyes fundamentales de la estupidez humana» y fue recientemente reeditado por la editorial Crítica en una edición especial por su 25º aniversario (2019). Así que no es broma. Se ha escrito mucho sobre la inteligencia y cómo modela las relaciones entre las personas. Alguien tenía que escribir sobre la estupidez. Y lo hizo Cipolla.

Cipolla dibuja un diagrama cartesiano, en cuyo eje horizontal sitúa «la consecuencia de mi conducta para mí», que va de buena a mala pasando por diferentes grados: muy buena para mí, buena para mí, aceptable para mí, inaceptable para mí, mala para mí y muy mala para mí. Y en el eje vertical «la consecuencia de mi conducta para los demás», que también va de buena a mala pasando por diferentes grados: muy buena para los demás, buena para los demás, aceptable para los demás, inaceptable para los demás, mala para los demás y muy mala para los demás.

La combinación de esos dos ejes clasifica las consecuencias de mi conducta en cuatro cuadrantes bien diferenciados:

1. Buena para mí y buena para los demás, es el cuadrante del inteligente; 2. Buena para mí, mala para los demás. Este es el cuadrante del malvado dice Cipolla, o del egoísta diría yo; 3. Mala para mí y mala para los demás, este el comportamiento estúpido, ahora claramente definido, y por último 4. Malo para mí y bueno para los demás. Este comportamiento es el del incauto, pero tiene más interpretaciones, porque también situaríamos aquí al altruista, ¿no? ¿Y al héroe?

El objetivo del ensayo es, como su título indica, caracterizar al estúpido para que podamos reconocerlo y huir de él lo más rápido posible, porque si no su estupidez nos alcanzará seguro. Y tiene justificación dedicar un ensayo a este fin, porque la primera ley de la estupidez humana es que «el número de estúpidos es imposible de determinar, pero está siempre subestimado», ya que siempre hay alguien que no lo parecía pero que con el tiempo se revela como estúpido también.

Pero el foco de esta reflexión mía no es la estupidez, sino la conducta altruista. ¿Es Amancio Ortega altruista? ¿Es Bill Gates altruista? ¿Es mi vecina, voluntaria de la Cruz Roja, altruista?

Todos ellos pierden algo suyo en favor de los demás, para hacer un bien a los demás, y por lo tanto estarían clasificados en el cuadrante 4. malo para mí y bueno para los demás, es decir, altruista.

Eso pensaba yo hasta hoy, que el comportamiento de estos tres ciudadanos era altruista, porque buscaba el bien del otro por encima del bien propio. Pero me acabo de topar con una reflexión que me ha ayudado a aterrizar una idea que hace tiempo me rondaba por la cabeza:

«La solidaridad cívica es esa solidaridad que reconoce que el bien propio está ligado al bien del otro, y viceversa».

La propuesta es de Diana Aurenque, especialista en filosofía y bioética. Y avanza algo muy interesante sobre lo que decía yo al principio: que la ley más universal, la ley de la reciprocidad, ahora resulta que es el mejor antídoto de la estupidez.

Y el mejor impulsor del progreso.

Del mío, del del vecino, del de todos.

Y de el del empresario y del del trabajador.

Dejemos de estupideces y veamos con toda claridad que el futuro está en alinear el bien propio con el de los demás.