9de mayo, Día de Europa desde 1985. Aniversario del discurso de Schuman de 1950, con motivo de la derrota del nazifascismo en la II Guerra Mundial a manos de los Aliados incluida la URSS, que suele olvidarse.

Hoy, setenta años después, la Unión Europea es un hecho. Sin embargo la efeméride arrostra varias crisis simultáneas. Además del cambio climático y la pandemia de la Covid19, convergen otras tres: la gobernanza, la económica, la migratoria.

De la pandemia se ocupan quienes entienden, con los medios a su disposición y sus capacidades, mayores estas acaso que los primeros. Como hicieran con el Sars en 2003, con el VIH a finales del siglo pasado y en tantas otras ocasiones.

De la gobernanza cabría esperar que se ocuparan los responsables políticos. Después del fracaso del Tratado para una Constitución Europea solo hemos tenido retoques parciales, en su mayor parte para absorber la gran ampliación hacia el Este, más por motivos geoestratégicos que por oportunidad política, económica y social. O en todo caso para restringir libertades públicas, encorsetar los mecanismos públicos, déficit, deuda, política monetaria, sacrificados en el altar de la ortodoxia a que nos referimos más adelante.

Se abandonaban los objetivos de una Europa federal, igualitaria y en libertad, realmente unida por una ciudadanía que borraba las viejas fronteras y enterraba los costurones de las trincheras de tan sangrientos conflictos, continentales, civiles, étnicos, todavía abiertos en los noventa del siglo XX en los Balcanes.

La crisis económica, iniciada en 2008 y las ingentes cantidades de dinero para salvar el Euro y a los bancos acabaron con el tejido ahorrador en algunas partes. En paralelo se asumieron como dogmas estos patógenos: la austeridad, los recortes, el déficit, la deuda, los rescates que a su vez actuaban como contagio sobre los tejidos empresariales, sociales.

El resultado, pobreza, desigualdad creciente, precarización de trabajadores y hogares, destrucción de la cobertura de seguridad del estado del bienestar, buque insignia de la misma Unión Europea, el oasis de paz, libertad, y prosperidad compartida. La primera oleada de consecuencias de la «doctrina» elevada a dogma.

Una ortodoxia económica que tiene nombres propios, de Hayek a Friedman, con alumnos aventajados por todas partes, dispuestos a aplicar las recetas de manera implacable. El caso griego es ejemplar al respecto, y no es único.

Una ortodoxia que tiene un verbo, privatizar. Bienes y servicios públicos, desde el suelo, las aguas incluso las marítimas, la salud, la educación, la asistencia social, siempre que tengan beneficios privados. Con otra ortodoxia, esta política, la de adelgazar, otro verbo de pródiga utilización, salvo cuando se demandan recursos para «salvar» empresas o actividades cuya gestión resulta ser más que dudosa, de beneficios sociales discutibles o nulos.

Un Continente de emigrantes hasta hace unas décadas, eleva muros, prohibiciones. Salvo cuando se requieren para trabajos que los locales no quieren o no pueden en razón de envejecimiento, ocuparse, cuando la alimentación pende de la recolección de frutas o verduras del cuidado de la cabaña ganadera. Inmigrantes enterrados en el nada poético cementerio marino del Mediterráneo, condenados a la precariedad más precaria si cabe, objeto de xenofobia y destinados a la exclusión.

Estas crisis han contado además con la complicidad de las dos formaciones políticas e ideológicas que propiciaron el nacimiento de lo que hoy es la Unión Europea y sus Instituciones. La democracia cristiana y la socialdemocracia.

Por cierto que la atribución al calvinismo de todas las crueldades de la aplicación de la ortodoxia constituye una falacia, especialmente cuando, banalmente, se circunscribe a la geografía religiosa europea. Al Norte hay católicos tan «tolerantes» como los gobernantes de Polonia, Hungría, o Baviera. Y al Sur, bajo el palio católico, alumnos aventajados en la aplicación despiadada de la nueva ortodoxia.

La conversión más relevante es la de la socialdemocracia. Pasa por las terceras vías, como atajo para incorporar a su acervo la nueva doctrina económica y sus consecuencias sociales. Sin pudor alguno sus dirigentes más conspicuos pasan del estado del bienestar al propio arrastrando oleadas de privatizadoras hasta dejar exhaustos los sistemas públicos de protección.

Un virus microscópico ha desnudado a todos los profetas, aunque la consecuencia haya sido el contagio y muerte de miles de seres humanos.

La UE ha manifestado preferir los paraísos fiscales, incluso en la tierra sede de la mayor especulación, la del tulipán negro, o a los vecinos del Gran Ducado, albergue de defraudadores.

Las operaciones para minorar las crisis convergentes. Cerrar fronteras a la inmigración. Irrigar con fondos públicos, del BCE, del BEI, en colaboración con el FMI, el BM, los desmanes del sistema financiero.

Un Fondo de Reconstrucción que no incluye la mutualización de la deuda, la necesaria fiscalidad común, la reconversión del modelo productivo. Si se trata de préstamos una vez más camino de la espiral de la deuda: pagarla con cargo a los contribuyentes, con sus impuestos sobre todo indirectos o los directos controlados, las nóminas.

La resignación es la clave de quienes no tienen la llave. La desaparición del comercio de proximidad absorbido por las grandes superficies, sus proveedores de agricultura y ganadería intensivas; paradojas como la destrucción de los sistemas públicos de transporte que inducen al crecimiento de la movilidad privada y al incremento exponencial de la contaminación ambiental .

Entre tanto el 1% de los ricos americanos, según el Institute for Policy Studies, gana miles de millones de dólares en el mes pandémico, el amo de Amazon pellizca unos mil. De los locales carecemos de datos aunque ya se anuncian algunos resultados luxemburgueses. En los EUA 27 millones de parados, aquí a la espera de transformar ERTE en ERE.

Volver a la «normalidad», dicen estos próceres bien asesorados, a enladrillar el territorio, retomar actividades sin valor añadido y salarios precarios.

Aconsejable la lectura de Ignacio Ramonet, La Jornada, México, 25 de abril, aniversario de la liberación de Italia, de la revolución de los claveles en Portugal, y Almansa. Suena himno cavernario en una calle de Benimaclet. Prefiero Muixeranga, Bella Ciao, Grandôla vila morena.