Vivimos tiempos muy difíciles. La pandemia de la COVID-19 ha sacudido nuestra normalidad golpeando los cimientos sobre los que se levantaba nuestra vida. Nadie nos podrá devolver a las valencianas y valencianos que hemos perdido en esta dura batalla contra el virus. Siempre mantendremos su recuerdo como el de aquellos que heroicamente lo dieron todo pero fueron derrotados por la enfermedad.

Durante el primer mes se habló en numerosos lugares de que esto era un paréntesis, que esto «pasaría». Pero esto no pasará, cuando se pierde parte de nuestro pueblo, cuando muchos familiares han llorado desde la distancia la pérdida de sus seres queridos y cuando el sistema económico se ha venido abajo la herida que se produce es una herida profunda, que nos marcará para siempre. No volveremos a ser los mismos después de esta batalla pero, al mismo tiempo, esta batalla nos debe hacer más fuertes como pueblo.

Durante las grandes catástrofes y guerras es cuando sale al descubierto el alma de la gente. Es en estos momentos difíciles cuando hemos de dar lo mejor de nosotros mismos. Y es también en estos momentos cuando se ve de qué está hecho nuestro pueblo. El personal sanitario, las cajeras, los reponedores, los transportistas, las taxistas, las cuidadoras en las residencias de mayores€ han demostrado que hay una enorme valentía en nuestra ciudadanía. Personas que han dado un paso al frente para hacerse cargo del conjunto de la sociedad. Personas que lo han dado todo para que no nos falte de nada a nadie.

Como responsables políticos debemos estar a su altura y corresponder. Mientras los mercados fracasaban, mientras las grandes patronales del agua pedían el corte de suministros a los gobiernos, mientras los hospitales privados daban vacaciones a su personal y mientras los especuladores intentaban hacer negocios con las desgracias abusando de los precios de las mascarillas, las instituciones y el sistema público han dado un paso al frente.

Los mercados y las privatizaciones han fracasado. No estamos ante el fin del mundo pero sí ante el fin de un mundo. Ahora mismo, estamos atravesando la frontera de un cambio de era. La sociedad ya está preparada para asumir esta transición y nuestra principal tarea es marcar un nuevo rumbo.

La devastación económica que deja tras de sí esta batalla será uno de esos desafíos que marcan el destino de nuestras sociedades. Nuestra propuesta, que he defendido en sede parlamentaria y en numerosos medios, es la de las tres «R» de la reconstrucción: relocalizar, recuperar y reforzar.

Relocalizar industria ante el fracaso de la deslocalización que nos ha hecho dependientes de China. Recuperar sectores estratégicos para reimpulsar nuestra economía ante el fantasma de la desaparición de grandes mercados y, por último, reforzar el autogobierno como mejor mecanismo para reforzar el bienestar. Todo ello dentro de un plan indexado en una transición verde y una política ambiciosa de rentas.

Este plan estratégico es una hoja de ruta abierta a la discusión ciudadana. Un plan que se basa en un principio irrenunciable: la economía debe estar al servicio de la vida. Si algo nos ha demostrado esta pandemia es que no podemos poner la vida al servicio de la economía como se ha hecho hasta ahora. Debemos invertir esos factores y volver a situar la vida en el centro, trabajando por un modelo amable, eficiente y justo que no deje a nadie atrás y nos permita progresar como sociedad.

Algunos querrán abrir una confrontación entre el presente y el pasado. Si cedemos ante ello, perderemos nuestro futuro. Nuestra prioridad debe ser la construcción de ese nuevo futuro. Una nueva normalidad que transforme los aplausos de cada día a las 20h en un nuevo horizonte de futuro compartido.

Los esfuerzos son colectivos, los sacrificios compartidos. Estoy convencida de que la unidad que hemos demostrado para combatir y empezar a ganar al virus se transformará en una nueva unidad por nuestro futuro. Rumbo fijo y grandes acuerdos ciudadanos para el país. Lo lograremos.