Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mi único deseo es nadar

Para celebrar el Día del Teletrabajo nos hemos dado un respiro familiar y a falta de pancartas y consignas hemos abierto el Bote de los Deseos que hicieron en la segunda semana de confinamiento como trabajo escolar, repasando su contenido. La niña ha ido metiendo papelitos con cosas apuntadas casi a diario. Su hermano asegura que no tiene ninguna aspiración, que se conforma absolutamente con lo que hay y que no ha sufrido nada estos dos meses. "Eres un asceta", le digo admirada, y ante su gesto de extrañeza le explico la felicidad como carencia absoluta de expectativas y bienes materiales. "No lo pillo. Bueno... también es que no me apetecía escribir", me revela. El cumplimiento de algunos de los deseos de mi hija, como "correr mucho rato" o "montar en bici", ya se ha producido, pero como si merecieran un suspenso, otros deberán esperar a septiembre porque consisten en volver a clase para ver, jugar y estar con sus amigos. Los hay que versan sobre besar y abrazar a sus amigos y maestros, y no me siento con ánimos de decirle que igual las efusiones y los cariños se han terminado hasta que se encuentre una cura para el coronavirus. La desescalada ha sido un poco bajón para quienes nos habíamos hecho ilusiones relativas a recuperar nuestras costumbres sociales y pasatiempos favoritos: esto ahora no, esto tampoco, ni esto, tacha el BOE. Esas fiestas, quedadas, esas juergas que nos hemos prometido se van a posponer, hasta que ya nos den igual. Le digo a la niña que "ir a nadar" no podremos hasta junio, y le da mucha pena. "Pero mami, era tu único deseo", me consuela. Pues sí. Ese momento en que entre en el mar, me aleje lo más posible de la playa, de las conversaciones inacabables, de las preguntas que no paran, de los gritos y el teléfono, y meta la cabeza dentro del agua para no oír absolutamente nada. Ese momento que llegará cuando tenga que llegar.

Compartir el artículo

stats