Estamos viviendo momentos muy difíciles. La pandemia del COVID-19 ha introducido cambios inimaginables en nuestras vidas. La rapidez de la transmisión de este nuevo virus en humanos y su gravedad son un problema colosal de salud pública que ha llevado a adoptar medidas excepcionales que nos afectan a la sociedad en su totalidad.

Esta crisis sanitaria nos obliga a reflexionar sobre cómo nuestro modo de vida impacta sobre la naturaleza, sobre el medio ambiente, y además repercute sobre nuestra propia salud. Los ecosistemas bien conservados nos proveen de servicios, como la provisión de agua limpia, el control de inundaciones, la regulación del clima, la fertilidad del suelo, la filtración de contaminantes o el control de poblaciones, y nos regalan espacios para el recreo, que son indispensables para nuestra supervivencia y la de las generaciones futuras.

Tres de las lecciones aprendidas de la forma de afrontar esta emergencia sanitaria han sido las necesidades de la respuesta colectiva y global, de atender a la comunidad científica y de mantener los servicios esenciales. De la misma manera, la recuperación tras la crisis sanitaria no podrán hacerla los gobiernos solos, habrán de apoyarse en la investigación, en las empresas y en la acción colectiva respaldada por la sociedad. Es por ello que en este camino hacia una sociedad más sostenible, más concienciada, más participativa y más solidaria, la educación es fundamental para formar, capacitar y preparar a las personas en los conocimientos necesarios, los valores éticos y la corresponsabilidad social. En este sentido, la educación ambiental tiene un papel relevante, pues trata de alentar a las personas a actuar respetando la naturaleza y el medio ambiente, desde la comprensión de nuestro lugar en el planeta, y desde la reflexión y la concienciación ante los desafíos ambientales y sociales que hemos de afrontar. Preguntémonos cómo nuestras acciones repercuten en el medio ambiente, cómo podemos mejorarlas en las esferas personal y pública, y comprometámonos a reducir nuestra huella ecológica. En el ámbito privado, reflexionemos sobre si nuestra alimentación es saludable, sostenible y de proximidad, planteémonos cómo podemos prevenir los residuos que generamos en casa, cuestionémonos si podemos disminuir o evitar actividades que conllevan un gran consumo energético y de recursos, preguntémonos si podemos reducir o evitar los viajes en avión. La educación ambiental trata de todo esto, pensando en nuestro momento actual y en el que dejaremos a nuestros hijos, sobrinos o nietos. Sabemos que las decisiones que exclusivamente afectan a la esfera privada no tienen la capacidad de conseguir cambios globales. Pero tenemos la convicción de que en la medida en la que más gente asumamos determinados cambios en nuestros patrones de consumo y comportamiento ambiental, estaremos más preparados como sociedad para asumir determinadas políticas públicas que ya hayan tenido en cuenta los límites ecológicos del planeta o exigirlas si los gobiernos no las han puesto en marcha, y requerir que las empresas produzcan y comercialicen sus productos con criterios de sostenibilidad.

El Centro de Educación Ambiental de la Comunitat Valenciana (CEACV), dependiente de la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica, viene trabajando en esta línea desde sus inicios. Elaboramos programas, diseñamos proyectos y desarrollamos actividades dirigidas a toda la sociedad, en su conjunto y a través de los colectivos que la conforman. En este periodo de confinamiento debido a la crisis por el coronavirus, seguimos preparando nuevas acciones formativas, revisando y actualizando nuestros proyectos, atendiendo consultas, compartiendo información relevante y sugiriendo acciones a través de las redes sociales. Sabemos que tendremos que redoblar nuestro trabajo cuando arranque la actividad en los centros escolares y se preparen e inicien las acciones públicas para la reconstrucción social y económica. Una buena comunicación educativa de las acciones de gobierno que atienden a los criterios ambientales y de sostenibilidad, facilitará su comprensión y el apoyo de la ciudadanía.

No solamente el CEACV, decenas de equipamientos (granjas escuela, albergues, centros de visitantes de áreas protegidas, etc.), pequeñas empresas y organizaciones conservacionistas de nuestra comunidad, tienen profesionales de la educación ambiental que, con el desempeño de su trabajo, van a ser aliados indispensables en este proceso. Sin embargo, como ha ocurrido en otros colectivos, muchos educadores y educadoras han sido afectados por expedientes de regulación de empleo temporal, y pequeñas empresas de educación ambiental se han visto obligadas a cerrar. Las administraciones públicas, como con otros sectores, deberían facilitar vías institucionales para proteger y fortalecer el sector, con el fin de que estos profesionales puedan recuperar su actividad y de esta manera acompañar en la necesaria concienciación y capacitación de la ciudadanía para entre todos y todas construir un mundo más saludable, más seguro, más justo y más sostenible.