El Ministerio de Educación propone que en la vuelta al colegio haya sólo 15 los alumnos por aula, una medida que si no va asociada a cambios de gestión y organización, podría suponer un serio problema si se sigue necesitando esta ratio en el próximo curso, lo que penalizaría la conciliación en las unidades familiares donde trabajen el padre y la madre.

Reducir el número de alumnos por aula es una solución que pone de espaldas a la realidad a los responsables que se plantean llevarla a la práctica. Sería ideal que hubiera solo quince alumnos por aula, es cierto. Y aun mejor que fueran sólo doce, pero no sólo ahora sino desde hace muchos años. Una enseñanza no masificada, una disminución de las ratios es una vieja reivindicación nunca resuelta que pone en evidencia los inconvenientes de distribuir a muchos alumnos entre pocos docentes.

Para que esta propuesta se llevara a la práctica, sería necesario que en la misma medida en que disminuyera el número de alumnos (la mitad) aumentara al doble el de maestros, aulas, centros... Sin embargo, las autoridades del ministerio nada dice acerca de esto. Se habla de propuestas como una asistencia presencial de los alumnos sólo a días alternos, establecimiento de turnos de mañanas y tardes, y ya por último rellenar los huecos de tiempo docente con actividades a distancia —o sea, en casa— . Estas tres medidas repercutirían en la jornada laboral de los padres, y su simple planteamiento apunta a una situación catastrófica y un regreso a una nueva normalidad que sería anormal apenas comenzar.

Muy difícil lo tiene la ministra Isabel Celáa cuando la administración no considera viable contratar a más maestros por razones presupuestarias. Igualmente, reducir la ratio a la mitad resulta imposible con la actual plantilla de docentes. Es decir, con la infraestructura actual no es viable duplicar el número de aulas ni introducir en ellas a 30 alumnos guardando la distancia de seguridad preceptiva. No se puede duplicar el profesorado. No es posible reducir la ratio a la mitad. Es decir, no hay espacio y no hay dinero.

Dentro de poco comenzará el proceso de matriculación y la preocupación tanto estatal y como en las autonomías es encontrar soluciones para un grave problema de índole sanitaria, que repercute en la enseñanza. ¿Y si la situación de pandemia requiriera mantener las medidas de seguridad en las aulas durante el curso 2020-2021? Sería necesario plantearse ya medidas pensando en los colectivos más desfavorecidos, es decir, los hogares con menos recursos económicos, con menor renta, con ausencia de internet y sin dispositivos para que los niños se conecten a la hora de recibir la atención docente online. Colectivos en los que los padres no pueden pagar a un cuidador para que esté al tanto de los niños los días que no tengan clase mientras ellos acuden a su trabajo.

No olvidemos que la escuela, además de ser el lugar donde nuestros menores reciben una formación académica, es también la solución para que los progenitores puedan conciliar su actividad laboral con la tranquilidad de que los niños están a buen recaudo. En cierto modo, el colegio equipara el derecho de todos los niños (ricos y pobres) a recibir una educación en igualdad de oportunidades. La escolarización facilita también que los padres puedan trabajar, especialmente las madres que mayoritariamente pagan los platos rotos de la llamada "conciliación" y recurren con más frecuencia a solicitar excelencias y jornadas reducidas para atender las necesidades familiares.

De pronto, un problema de salud pública (la pandemia por el Covid-19) va adquiriendo una connotación que interesa a la educación de los niños, al derecho al trabajo de los padres y más específicamente a los derechos de la mujer que es la más perjudicada a la hora de renunciar a su trabajo cuando los niños no van al colegio. Del mismo modo hay connotaciones laborales que afectan al profesorado. La incertidumbre en los centros docentes es notable ante el desconocimiento de cómo y con que ayudas se deberá afrontar el próximo curso. Son muchos los interrogantes que se plantean en los centro públicos y en los concertados: desdoblamiento de funciones de un exiguo profesorado para atender tanto las actividades presenciales como las telemáticas; gestión de la plantilla de horarios; puesta en funcionamiento de anexos que reúnan condiciones de aula... Y además tenemos la ansiedad de la cuenta atrás de cuatro meses que ya ha comenzado

Volviendo de nuevo a los núcleos familiares, serán los hogares con más recursos económicos quienes mejor afronten la situación, por ejemplo gracias a su solvencia para recurrir a profesores particulares los días no presenciales. Sobre la mayoría de las familias españolas pende una espada de Damocles (además del aumento del paro, el cambio de vida forzado por el confinamiento y el natural miedo a enfermar) que es la incertidumbre y la impotencia ante el futuro curso académicos de sus hijos.

Y todo ello, sin contar con la merma en la formación académica que sufrirán los alumnos por la atípico de la situación. Es de esperar un bajón en su rendimiento y aprendizaje que afectará menos a las clases pudientes por la posibilidad antes mencionada de poder recurrir a academias o recibir apoyo de clases particulares.

No voy a aportar soluciones, sencillamente porque carezco de formación y de información para ello. Nada más lejos de mi intención que actuar como esa pléyade de epidemiólogos formados en Google, que opinan en las tertulias sin ruborizarse de las barbaridades que a veces dicen. Mi formación como médico sólo me autoriza a hablar con conocimiento de causa del aspecto sanitario de la pandemia. Es a este respecto que he preferido dejar para el final una observación, tal vez la más importante de todo lo que llevo escrito. Se trata de los abuelos, esos comodines que tantas papeletas han resuelto hasta ahora cuando los colegios cierran y los padres trabajan.

De ningún modo en esta coyuntura los abuelos deben quedarse con los niños los días que no vayan a la escuela. Sería una barbaridad desde el punto de vista epidemiológico juntar a un colectivo muy expuesto al coronavirus y por tanto a transmitirlo (los niños) con otro de muy alto riesgo de contraer la enfermedad como son los abuelos. De ningún modo en esta situación de emergencia los abuelos deben ser los cuidadores de sus nietos. Va en juego su vida.