Save the Children nació hace más de cien años para proteger a los niños y niñas más vulnerables en otra crisis global: la Primera Guerra mundial. Más de cien años después seguimos trabajando cada día para proteger los derechos de la infancia: donde hay guerras, en campos de refugiados, donde hay desastres naturales o crisis sanitarias como la del Ébola. Trabajamos en las peores emergencias humanitarias y hemos salvado millones de vidas. Trabajar en estos contextos está en el ADN de Save the Children desde su nacimiento.

Por eso estamos trabajando en esta nueva crisis sanitaria y social que es el COVID-19. Trabajamos en países empobrecidos con sistemas sanitarios y de protección muy débiles y donde el impacto de esta crisis sanitaria puede ser devastador. Pero también trabajamos en España y en la Comunitat Valenciana gracias a la intervención de emergencia A tu lado, apoyando a los niños y niñas y a sus familias, dotándolos de recursos y apoyo para que puedan seguir estudiando, apoyando a las familias a afrontar los gastos básicos o estando a su lado para mitigar el impacto emocional que esta situación está causando. Esta crisis es sanitaria pero también es social y cada vez lo será más.

En estos días en que todo gira en torno a la vuelta a la normalidad, me gustaría reflexionar sobre a qué normalidad queremos regresar.

Alejándonos de posicionamientos apocalípticos o integrados, solamente mirando los fríos datos oficiales, vemos cómo en España, en la Comunitat Valenciana, la pobreza infantil y el riesgo de exclusión social ya era una realidad que afectaba a uno de cada tres niños y niñas. Según estos mismos datos oficiales la infancia es el colectivo donde más impacta la desigualdad y donde es más urgente actuar. La falta de recursos o la dificultad de acceder a determinados bienes o servicios impacta en el presente e hipoteca el futuro de miles de niños y niñas.

La violencia contra la infancia en nuestro entorno, la violencia sexual, el maltrato, el acoso, el ciberacoso, la violencia en el lugar donde más protegidos deberían estar, en su propia casa, era una realidad que afrontaban miles de niños y niñas y que recogían las denuncias y memorias de la fiscalía. Muchas veces una violencia invisible. Ahora, especialmente durante el confinamiento, serán más los niños y niñas expuestos a esta violencia y ésta será, si cabe, de consecuencias más graves y de mayor escala.

Muchas personas ya intentaban escapar de la realidad que vivían en sus propios países, huían del hambre y de la pobreza, de la guerra, de la violencia, del temor a las represalias por su orientación sexual o su identidad de género, por su religión, por sus ideas políticas, por su cultura? como ya en un pasado no tan lejano hemos hecho desde España. Muchos eran niños y niñas que viajaban solos, buscando un futuro, buscando una oportunidad como todo el mundo haría. Muchos caían en manos de las mafias, muchas eran prostituidas o violadas, muchos eran retenidos. Muchos morían en el intento. Ahora, con la crisis económica global que se avecina según todos los indicadores económicos, serán muchos los niños y niñas que busquen un futuro que no tienen.

Como vemos, ya teníamos todos los ingredientes de la vulnerabilidad: la infancia en su conjunto era un grupo afectado por la pobreza, por la violencia, por la huida. La crisis ha supuesto poner todos estos ingredientes juntos en una olla a presión que aumentará su alcance y su profundidad. No cambiará la naturaleza de la vulnerabilidad infantil: aumentará su escala? si no actuamos decididamente.

Si la crisis sanitaria está siendo dura, la crisis social puede ser devastadora para toda una generación. Pero el futuro no está escrito. Como decíamos, hace más de cien años se fundó Save the Children para proteger los derechos de los niños y niñas más vulnerables frente a otra crisis global todavía más grave que la actual. Su fundadora, Eglantyne Jebb, ante la dificultad repetía invariablemente: «Solamente es imposible lo que nosotros mismos nos negamos a intentar». No hay mejor causa en la que estar unidos que en la defensa de la infancia, sobre todo aquella más vulnerable: administraciones y empresas, medios de comunicación, sociedad en general. Si no ponemos todo el esfuerzo en conseguirlo, habremos defraudado a una generación. Si lo hacemos, podemos mejorar el presente y garantizar el futuro de la infancia.

Depende de todos nosotros y nosotras que volver a la normalidad signifique crear una sociedad donde lo normal sea que la infancia no sufra las consecuencias de la pobreza, que ningún niño o niña tenga miedo a la violencia o que tenga que huir de su casa. Hemos sido capaces de parar el mundo, tenemos la oportunidad de reiniciarlo y construir juntos esta nueva normalidad, mucho más justa para la infancia que la que ya teníamos.