E n mis años jóvenes de los últimos tiempos del franquismo el recinto del Oliver madrileño era no sólo un espacio de tentaciones eróticas, sino también de emociones literarias que lo mismo se entendían con el teatro que con la poesía. Carlos Bousoño, además de buen maestro de las letras, condescendía mucho con los juegos de la vida. Era asturiano, pero no le faltaban valencianos por medio. Compartía lo mismo la vida homosexual que la heterosexual, pero así como a los gais les reía las gracias a los machotes se las admitía igual. Que Francisco Brines fuera para él un homosexual naranjero en toda regla le permitía divertirse con su propia causa homosexual en quien fue siempre para él un hermano de fundamento. Pero lo mismo se asociaba a Vicente Puchol como un machote valenciano que trabajaba la novela, mientras se empeñaba en el trabajo del Derecho y la afición a la notaría, que constituían una pareja de machotes en busca de hembras. Los machotes, como los valencianos Guillermo Carnero y Jaime Siles, pasaron siempre por el Oliver madrileño, con astucia y gracia, sin confesar al amigo Aleixandre jamás ningún atisbo de mariconería. A lo mejor Vicente Molina Foix desde su alicantinismo compartió mientras quiso el piropeo gay y le narró a Aleixandre no sólo el jugueteo homosexual sino incluso que algún otro valenciano como el poeta Vicente Gallego escapara de aquel ruedo literario.

Lo cierto es que siempre vimos por allí a un poeta como Alfonso López Gradolí, al que los otros valencianos no creo que dejaran de ver como poeta descarnado e intenso, sino más bien entregado a la actuación poética. Y es posible que como suele ocurrir de poetas a poetas, un Gradolí gustara más que otro. Pero no creo yo que el Gradolí moderno y desvivido de un libro tal como Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche, de 1977, y publicado en Barcelona, no constituya una obra de enorme valor, no ya en la poesía valenciana de este tiempo, sino de la poesía española.

Quizá me haya equivocado yo al repasar la obra diversa de Gradolí, por diversa, pero la repasé ayer con la emoción y la intensidad que sus versos me han entregado. Me libro así de que se tratara de un poeta capaz de darte vida en una noche y quitártela en otra entre risitas. Tal vez quizá porque manejara los días y las noches a sus maneras. O porque las maneras de Gradolí no fuera lo que se dicen verdaderas maneras. En todo caso, los poemas no siempre tienen sexos.