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La normalidad ahora es virtual

Fue hace siete días la última vez que pusimos al día el diario, así que ya más que diario es un semanal. El tiempo pasa tan lento, y la vez tan rápido€ Mientras contamos las semanas por fases vamos cambiando las páginas del calendario y sí, pasó abril, y ya estamos en mayo, el mes de las flores, el preferido por Vicen y por mí cuando éramos veinteañeros y, con los primeros sueldos, organizábamos largos viajes con una mochila y un billete de ida. Nada más.

Selva y Mikel siguen madrugando pese a que hemos cambiado la estrategia y se van a la cama más tarde de lo habitual. Después de cenar, y si el tiempo acompaña, solemos tirarnos panza arriba en la terraza a mirar las estrellas en busca de la Osa Mayor, la Osa Menor , Venus, que es el primer planeta que se ve€

Durante el día mantienen la rutina, sobre todo Selva, gracias a las tareas que envían del cole. Aunque trabajar sin impresora cada vez es más complicado. Sobre todo porque ahora estamos estudiando los mares y los océanos y eso de dibujar el mapamundi no se nos da nada bien a mano alzada. Eso sí, hemos aprendido un montón de canciones nuevas. El otro día descubrí a Vicen tarareando "La ballena Elena, es gorda, es buena€". ¡Él, que sopesaba ir al concierto de Black Crowes en Madrid!

La cuarentena nos está llevando también a una vida repleta de reuniones virtuales: tutoría los miércoles, ballet los martes y jueves€ El ritmo es importante y, a largo plazo, difícil de mantener. Por las tardes, que es cuando más suelen sonar los teléfonos, también salimos con Selva y Mikel, al que la pediatra le ha dado permiso para pisar la calle aún siendo asmático. Normalmente yo voy con Selva y Vicen con Mikel. Elegimos caminos separados. Nos parece un poco absurda esta separación, sinceramente, pero de momento seguimos la norma. El que lo lleva peor es Mikel que, cuando nos ve alejarnos, repite sin descanso "mana", "mana"€ Así llama a su hermana. No entiende nada.

Además de salir una hora con los peques, yo también me he aventurado a eso de salir de casa a dar paseos. El primer día flipé, con todas las letras. Sentí agobio. Era el primer día fuera de mis setenta metros cuadrados y después de 50 días, y me costó acostumbrarme a la gente y a reconocer caras con las sonrisas ocultas por una máscara. Pasados los días ya lo llevo mejor. Me he fijado que los caminantes empiezan a usar cubrebocas a juego con la ropa, he observado con gusto a nietos saludar a sus abuelos en los balcones, he visto a parejas adolescentes lanzarse besos de ventana a ventana y he redescubierto zonas que tenía olvidadas. Vicen y yo tenemos además cierto pique con a ver quién camina más rápido, quién quema más colorías y quién consigue hacer circuitos más rocambolescos sin salirnos de ese kilómetro reglamentario.

En casa continúan los juegos, las peleas de hermanos, las risas y las trastadas, que son innumerables. La más gorda de los últimos días la protagonizó Mikel, que decidió pintar los labios a todos los peluches y, ya de paso, el suelo y alguna pared. Selva no se queda atrás. Su última pifia tiene que ver con las nuevas tecnologías: en una semana rompió la pantalla de la tableta y un móvil.

La última adquisición que ha contribuido a la paz familiar ha sido una piscina para los peques previendo un verano "seco" de playas. Sí, ya la estrenamos. Vicen estuvo como un día para hincharla y yo otro recogiendo el agua que se salió€ Pero mereció la pena. También seguimos asomándonos a las ocho a la ventana, sobre todo porque a los vecinos, la mayoría mayorinos, les gusta ver a Selva y a Mikel. Seguimos aplaudiendo. Y Selva ha empezado a soñar ahora con que de mayor quiere ser médico por la mañana, policía por la tarde y bombera por la noche. Le hemos dicho que es demasiado, pero ha dicho que le pedirá poderes a los Reyes Magos.

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