Frente al coronavirus mutante la primera línea de combate consistió en resistir los embates de la enfermedad. Armados de paracetamol, diversos arsenales antivirales ya conocidos, respiradores insuficientes y equipos de protección parcheados con bolsas de basura, los sanitarios curaban animados por el himno del Dúo Dinámico y el oleaje de los aplausos desde los balcones. Fin de la primera parte.

Ya apenas se ovaciona a nadie. Hace días que la corriente dominante es la que critica sin piedad a los gobiernos. Como quiera que la sanidad está transferida y en el Ministerio de Sanidad quedaban cuatro, las responsabilidades parecen alcanzar a todos. Pero muchos mensajes de whatsapp dan miedo, radiografían un país maniqueo como pocos, tocado todavía en su memoria colectiva por la pugna política llevada a los extremos.

Los dos intelectuales del Gobierno, Iván Redondo y Manuel Castells, teorizan la conveniencia de una posición ideológica nítida, sin componendas con el ala conservadora del Parlamento. Pero la debilidad numérica de Pedro Sánchez es tal que no ha tenido más remedio que abrir las ventanas hacia la moderación. La clase política, sin embargo, anda paralizada por la magnitud de la crisis y solo atina a resolver lo rutinario de siempre: recoger los residuos, cobrar los impuestos, prometer ayudas.

El día a día corre de cuenta de los empresarios, muchos de los cuales se muestran resueltos de una vez a situarse como las locomotoras sociales que han de ser. Un escenario ideal para grandes pactos entre gobiernos, patronales y sindicatos con la mirada puesta en la competitividad del país y en terminar con las malas prácticas éticas. Es el momento de la resiliencia, la capacidad de superación de los acontecimientos críticos, traumáticos. Segundo cuarto terminado y al vestuario.

A la vuelta del descanso confinado, la ciudadanía se ha lanzado alborozada al paseo vecinal. Los niños corretean por los pocos bulevares que disponen nuestras mal planificadas ciudades. Por fin se ve claro que la urbe también es de uso pedestre, que debe ser más arbolada, deportiva y amable. Tal vez el Covid-19 traiga el fin del automóvil para uso en la metrópoli. Pero los datos estadísticos nos hablan de otra realidad que nada tiene que ver con dar una vuelta por las alamedas y jardines.

Viene la recesión, aguda, y no tendrá forma de V. De nada sirven los llamamientos a la autarquía económica o las visiones idílicas para una vuelta a la economía local. Hay quien sueña con el trueque en medio de los huertos pero los economistas de verdad guardan silencio porque estamos ante una situación demasiado anómala y ya se sabe que la economía es la ciencia que predice lo que ya ha pasado. En mes y medio el paro ha crecido un 5% de la población activa. Se habla de perder de dos a tres millones de empleos de aquí al verano. Y es posible que se superen las dramáticas cifras de 2012/2013 cuando alcanzamos los 6 millones de parados frente a 17 millones de empleados. Menos de tres por uno.

El partido, sin embargo, no está resuelto. Resta un último cuarto, el de la reconstrucción. En el Congreso han aprobado una comisión al efecto presidida por Patxi López. Más de lo mismo. Allí andan enredados en justificaciones retóricas y disquisiciones de orden administrativo. Otros, filósofos como Slavoj Zizek, buscan epatar a la concurrencia predicando el retorno de un nuevo comunismo. En España, diversos intelectuales a la moda firman un manifiesto para una nueva gobernanza: Victoria Camps, Daniel Innerarity y otros postulan el momento de un gobierno mundial, de la economía circular y de la sociabilidad y feminización. Brindis al sol desde las tribunas universitarias.

Para ganar el match hay que bajar a la arena. Se trata, primero, de reconocer que el país no cuenta con recursos propios para salir del atolladero y que se debe negociar ya con la Unión Europea las condiciones del dinero que nos van a prestar, lo que significa que van a venir los hombres de negro y que las pensiones, el salario de los funcionarios y las subidas del IVA van a estar sobre el tapete. Pero ese fabuloso chorro de dinero europeo que se supone va a imprimir Christine Lagarde -entre 150 y 200.000 millones de euros, más del 10 % de nuestro PIB-, hay que decidir en qué se gasta. Y ese es el quid de la reconstrucción.

En mi modesta opinión es una gran oportunidad para lanzar nuevas fronteras en el país. Se trataría de dar trabajo productivo cuanto antes a los 2-3 millones de nuevos parados, muchos de ellos sin cualificar, trabajadores vinculados mayormente a los servicios turísticos. De ese modo se mantendría un cierto nivel de consumo interno -el 60% de la economía española- y no gastar todo en subvenciones poco productivas. La construcción, motor tradicional del desarrollismo nacional, no va a poder tirar de ese carro, y tampoco la reindustrialización, cuya razón de ser se basa en la incorporación de tecnologías robotizadas e ingenierías avanzadas.

No queda otra aventura estratégica, posiblemente, que la recuperación de la vida rural, incentivando la rehabilitación de pueblos -hay más de 7.000 con menos de 1.000 habitantes en nuestro país, la mayoría en la España vaciada- así como de espacios medioambientales, comprometiéndose la administración a dotarles de servicios educativos, sanitarios, de transporte, comunicación y wifi. Con que cada provincia consiguiera poner en pie proyectos en el campo para 5.000 personas habríamos ganado la contienda.