Estamos viviendo una pandemia sin precedentes en nuestros tiempos, producida por un nuevo microorganismo frente al cual carecemos hoy por hoy de defensas inmunológicas naturales o vacuna que nos proteja, pero al mismo tiempo se está produciendo con mucha frecuencia una afectación de ansiedad y angustia ante el confinamiento que exige la pandemia causada por la COVID-19, con la consiguiente modificación de nuestras rutinas y la forma de relacionarnos.

El alejamiento de la familia o los amigos, que aunque vivan relativamente cerca no pueden ser visitados por las órdenes dictadas por el estado de alarma genera una gran frustración. El miedo que produce escuchar de forma repetida una y otra vez las mismas noticias, que no paran de hablar de términos hasta ahora desconocidos en el lenguaje común (como curva epidémica o distanciamiento social), seguido a veces de un relato espeluznante de número de casos y muertes en nuestra comunidad. Y, sobre todo lo anterior, la preocupación por la inseguridad económica y, en ocasiones más dramáticas, la pérdida directa de seres queridos de los que no podemos despedirnos como habríamos querido.

De forma genérica, hay dos escenarios en los que hay más factores de riesgo para la salud mental ante los que podemos llevar a cabo algunas acciones que mitiguen el problema.

Permítasenos empezar por la necesidad de proteger psicológicamente a los profesionales sanitarios (además de las necesarias medidas higiénicas y de protección física) para evitar situaciones de estrés agudo, que desemboquen en desmoralización, ansiedad, impotencia, frustración, culpa, dudas, miedo, irritabilidad. Deberíamos ayudar para que se sientan desbordados, con una ansiedad creciente, insomnio e imposibilidad de desconexión. Lo anterior genera a veces hiperactividad, dificultades de concentración e incluso a veces una cierta «anestesia emocional» que puede seguirse de «trastorno de estrés postraumático».

En ese sentido, es preciso cuidar su descanso, sus periodos de desconexión, sus relaciones con el equipo, y todo aquello que les permita elaborar estrategias de afrontamiento frente a ese estrés que sufren cotidianamente. Esto también es aplicable a otros colectivos implicados (como las fuerzas de seguridad del estado, fuerzas armadas, bomberos y todos los sectores relacionados con la protección civil).

El otro «escenario» es el más común en nuestra población. Ante el confinamiento obligado (que parece que va a alargarse más para las personas mayores) ha sido y es bueno establecer rutinas, horarios, ejercicio, lectura o música, pero sobre todo comunicación por todos los medios que sean posibles; se debe buscar información, pero no es bueno que sea excesiva. Información veraz y solo la justa y necesaria. Además son útiles técnicas de conciencia plena (conocidas con el término «mindfulness») como las que ha compartido con tanto acierto el Profesor Vicente Simón a través de la Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana.

También debemos fomentar la «resiliencia» que es el principal factor de protección frente a la adversidad. No olvidemos que a veces nuestros mayores, los considerados más vulnerables han vivido no pocas experiencias traumáticas, incluso confinamientos (a veces ideológicos, que son tan graves como los físicos). Las nuevas tecnologías (incluyendo las apps) nos permiten entretenernos, aprender, ver recuerdos entrañables y, más allá de lo anterior, hablar con seres queridos.

Lo cierto es que estamos ante una «catástrofe global» ante la que además del daño producido existe una situación de amenaza y se han potenciado vulnerabilidades sociales ya existentes (el ejemplo de las residencias de personas mayores con condiciones inadecuadas). Por eso y ante la situación venidera será preciso replantearnos muchos aspectos. Lo importante es aprender en qué nos hemos equivocado para introducir nuevos enfoques en nuestra actividad sanitaria y social.

Finalmente, es posible que se produzca un incremento de secuelas psicológicas, pero todavía no sabemos si habrá un aumento de trastornos psiquiátricos que requieran un tratamiento específico. Desde luego este puede ser el momento para replantear esquemas asistenciales que optimicen los recursos. Y para darnos cuenta de una vez y por todas de que hace falta mayor financiación de la investigación biomédica dado que es desde allí de donde ha de llegar la solución a problemas futuros o al propio coronavirus. Porque ya se sabe «en situaciones de crisis los inteligentes buscan soluciones, los inútiles buscan culpables».