Nunca antes habíamos tenido la sensación, el sentimiento cierto, de que todos somos vecinos de un mismo planeta. Es la primera gran lección de esta terrible pandemia. Circunscritos, centrados como estamos en una visión egoísta y localista, hasta ahora no nos habíamos sentido heridos por algo que podría ocurrir en otros rincones del mundo, lejanos y ajenos a nosotros y a todos por igual.

Nuestra vida de progreso, de comodidad, de consumo, de explotación de los recursos naturales nos había impedido ser conscientes de la realidad de lo que excede a nuestro entorno más cercano, el que tiene nuestras mismas circunstancias. Hoy somos más que nunca conscientes de que todos somos iguales y nos lo muestra un virus.

Cuando desde la Fundación Oceanogràfic insistimos de una forma machacona, ciertamente, en que el equilibrio de la naturaleza, de nuestros océanos, de las criaturas que lo habitan está en nuestras manos, de verdad creemos que cualquier pequeño gesto aquí puede afectar al equilibrio en otro punto del planeta. Por eso nos centramos en divulgar y concienciar allá donde pudiera llegar nuestra voz y las experiencias y trabajo de nuestros científicos.

Para luchar contra esta pandemia hemos comprobado que el gesto privado e individual de millones y millones de personas, su confinamiento en casa, se ha convertido en una gran lucha de todos y cada uno de nosotros, en la mejor arma para doblegar el contagio, como aprendió la humanidad en la Edad Media.

También lo decimos insistentemente a la hora de abordar problemas agobiantes para la salud del planeta como la contaminación de nuestros mares con plásticos, con ruidos, con la sobrepesca. Sumando pequeñas acciones de cada uno de nosotros podemos conseguir algo grande.

No importa lo lejos o lo próxima que pueda estar esa invasión marítima de plásticos, la quema de árboles que arrasa el Amazonas o la desaparición de las abejas, porque es una tarea y un problema de todos. No podemos pensar con la torpeza provinciana y localista que, aunque los demás estén mal, si estamos bien, bien estamos. No sólo es egoísta, es suicida.

Desgraciadamente la letra nos está entrando con la sangre de la pandemia: todos somos vecinos y estamos bajo un mismo techo. Así es que nos importa como si fuera propio lo que le ocurra al vecino. La humanidad está atravesada por un río que alcanza a todos. No sólo se trata de limpiar las playas sino también de ocuparse de lo que pasa aguas arriba y de ayudar a aquellos países que no pueden dedicar recursos a evitar la contaminación.

Posiblemente la dramática globalización del Covid19 genere lógicas reacciones como la búsqueda de soluciones al exceso de especialización y localización de la producción en otros países, o revuelva las conciencias de todos y haga valorar, como merecen, sectores como la agricultura y la ganadería, o muchos otros.

Puede que este inimaginable parón productivo abra las puertas a una nueva manera de abordar nuestro comportamiento con el planeta, una vez comprobados los beneficios momentáneos que estamos viendo en la naturaleza, en las aguas, en los ríos o en la atmósfera.

Hay un gran abanico de posibilidades a la hora de pensar qué pueda ocurrir cuando pase la tormenta y los estados y las sociedades de todos los rincones busquen recuperar el bienestar y los privilegios que de forma tan abrupta han perdido.

Será muy difícil decidir el camino, con lo cual también es probable que vuelva con más fuerza la sobreexplotación de recursos, esta vez de forma desesperada y hasta justificada, porque las heridas son dramáticas.

Nos tendremos, por tanto, que plantear cómo queremos ser cuando todo esto pase, pero lo que está claro es que la epidemia ha zarandeado nuestras conciencias y espero que, en el fondo de nuestro corazón, todos nosotros, no sólo los países, las empresas, pequeñas y grandes, los sindicatos, los partidos, las universidades, la ciencia, nos preguntemos qué podemos hacer para mejorar «esto».

En cualquier caso, yo creo que la salida sólo será global, con científicos que compartan sus avances y ciudadanos que cada vez respetemos y valoremos más su trabajo.

Haremos todos examen de conciencia, por supuesto, y sacaremos nuestras propias conclusiones, pero, desde luego, hay algo seguro y es que desde los nuevos acuarios no íbamos por mal camino. No vamos por mal camino.

Queríamos y queremos mostrar una gran biodiversidad para llevar a los millones de personas que nos visitan la sensibilidad y el valor de la conservación de la naturaleza y sus criaturas. Y siempre desde un punto de vista global, haciendo ver la interacción que hay entre los rincones de los planetas, que las fronteras no existen y que el efecto mariposa no es una figura retórica sino, como hemos visto, una realidad que hemos de tener en cuenta en cada uno de nuestros gestos, grandes o pequeños, individuales o colectivos.