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Jorge Dezcallar

Pintan bastos

Pretender decir a estas alturas cómo van a cambiar las cosas como consecuencia del Covid-19 es prematuro porque todo va a depender de cuánto tiempo dure la pandemia, de cómo salgamos de ella (en V, en U, en W o en L, que sería lo más preocupante), y de cuándo tengamos una vacuna que es en realidad cuando podremos cantar victoria. Y eso mientras tratamos denodadamente de salvar vidas sin hundir la economía.

Estamos ante una pandemia global que no ha encontrado una respuesta global sino atomizada. Ni en Europa ni en el mundo hemos encontrado liderazgo, coordinación y solidaridad y por eso los ciudadanos se han vuelto hacia los Estados, que salen muy reforzados de esta crisis. Vamos a un mundo con más fronteras y más rechazo de los extranjeros con la excusa de los contagios y del desempleo. Los países han reaccionado por libre, adoptando medidas dispersas, descoordinadas y a veces peleando entre sí por conseguir en los mercados el material sanitario que necesitan. Muchos han prohibido exportar mascarillas, guantes o ventiladores (EEUU, Europa), medicamentos e ingredientes farmacéuticos (India), o incluso alimentos por miedo a escasez futura, y otros han aprovechado para imponer restricciones a libertades personales en materia de movimientos, de reunión y de expresión, o incluso llevan a cabo intrusiones más agresivas en la privacidad con el uso de técnicas de reconocimiento facial o de geolocalización por el móvil. Hay que tener cuidado porque habrá quienes quieran mantener estas restricciones cuando esto acabe ya que uno de los riesgos que corremos es que de esta crisis salgan reforzados los sistemas autoritarios si la ciudadanía percibe que han combatido el virus con más eficacia, lo cual no es verdad, y esa es la batalla propagandística en la que China está empeñada en estos momentos.

Pienso que el Covid-19 más que cambios profundos en la economía y el comercio, que también los tendrá, va a reforzar las tendencias geopolíticas que ya veníamos observando desde hace algún tiempo y que nos llevan hacia un antipático multipolarismo. Los Estados Unidos pintarán cada vez menos (por voluntad propia y no porque no puedan) mientras su modelo cada vez nos resulta menos atractivo porque difícilmente puede serlo cuando lo abandera el lema egoísta de "America First". Tampoco parece adecuada la errática política con la que desde La Casa Blanca se combate la pandemia. Cuando pase la actual crisis lo más probable es que Washington se encierre aún más sobre sí mismo y destine sus recursos y sus esfuerzos a mejorar las condiciones de vida de los millones de parados que la crisis ha producido. Para entendernos, más mantequilla y menos cañones. Y más aún con elecciones presidenciales a la vista y con independencia de quién ocupe la Casa Blanca, porque también el Congreso y la opinión pública empujan en esa dirección.

Mientras, China trata de reescribir la Historia con una monumental campaña de imagen para ganar adeptos entre quienes no verán lo mal que lo hizo cuando estalló la pandemia (ocultación del problema y retraso en enfrentarlo), sino la eficacia con la que luego lo ha combatido y la ayuda que ha dado a otros países. Entendámonos, no es que China lo haga bien sino porque los Estados Unidos lo están haciendo fatal. Pero no hay que dejarse engañar porque China no tiene por ahora ni la capacidad ni el atractivo necesarios para rellenar el hueco que dejan los EEUU.

A corto plazo vamos hacia una recesión económica brutal que a diferencia de la de 2008 ha caído sobre nosotros en sólo tres semanas. En la Eurozona el PIB puede caer 10 puntos y hacer 59 millones de parados según McKinsey, mientras en el mundo crece el proteccionismo y las guerras comerciales que harán caer aún más el comercio mundial. En España el gobierno anuncia una caída del PIB de 10,2% y la subida del paro hasta el 19%, lo que significan 2 millones de desempleados más. También la deuda subirá hasta el 115% del PIB. Sólo la duración de la pandemia nos permitirá calibrar su impacto económico, que en cualquier caso será terrorífico.

Las instituciones internacionales perderán prestigio porque se han convertido en convenientes chivos expiatorios de la torpeza de muchos políticos: FMI, BM, BCE, OMS, y en especial las Naciones Unidas, cuyo Consejo de Seguridad está bloqueado desde el inicio de la pandemia: China no quiere que la trate porque no la considera "una amenaza para la paz y la seguridad internacionales", mientras los Estados Unidos insisten en culpar a China del "virus de Wuhan" e insisten en acusarla sin pruebas de haberlo fabricado en sus laboratorios, algo que desmiente la Organización Mundial de la Salud. Quizás por eso Trump ha retirado la contribución norteamericana que constituye el 15% de su presupuesto.

En el futuro inmediato todo indica que se mantendrán las pugnas políticas, comerciales y por la supremacía tecnológica entre EEUU y China porque Trump, nervioso por el avance de Biden en las encuestas, piensa que la construcción de un enemigo exterior distrae de los problemas internos y le da votos con vistas al 3 de noviembre. Puede ser pan para hoy y hambre para mañana porque la lucha contra la pandemia exige unir las fuerzas de las dos grandes potencias y no dividirlas. Por su parte Europa, que no está siendo capaz de ofrecer liderazgo, coordinación o solidaridad continuará perdiendo peso internacional y atractivo interno.

La conclusión es que vamos hacia un mundo más tenso, más pobre y más incierto. El virus ayuda pero la culpa es nuestra.

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