No corren buenos tiempos. Desde que se declaró el estado de alarma y le vimos las orejas al lobo, no hemos parado de recibir profecías apocalípticas y noticias preocupantes. Da miedo encender la televisión, descargarse los vídeos y audios que te envían por el teléfono, incluso ahora que parece que la situación empieza a controlarse ligeramente, te avasallan con la futura crisis económica. Esta situación es muy grave y si los únicos problemas que te causa esta pandemia es tener que quedarte en casa no debes quejarte, eres afortunado.

Por suerte no todo es negro, en este mar de negativismo existe un faro capaz de alumbrar un poco, y no es otro que la labor de muchos profesionales que se están jugando la vida por nosotros: enfermeros, científicos, policías, médicos, entre otras muchas profesiones menos visibles como repartidores, cajeros de supermercados, cuidadores de ancianos o cuidadores de animales.

El lector no tendrá ninguna duda en saber quién se dedica a cada una de estas profesiones. Bueno, quizás exista una excepción y ésta sean los científicos, también llamados muchas veces investigadores. Es un término vago y que queda muy bien, por eso se usa, pero enmascara a quienes realizan esta labor, que son en su mayoría biólogos, entendido de forma amplia, es decir, incluyendo a biotecnólogos, bioquímicos y demás estudios derivados. Gran parte de la investigación biosanitaria es realizada por ellos. Desde el desarrollo de nuevos medicamentos para curar el cáncer, la creación de bacterias que fabriquen insulina o, como en este caso, la imprescindible fabricación de vacunas. Pues solo venceremos completamente al coronavirus en el momento que logremos una vacuna efectiva contra él.

Este anonimato involuntario no es algo que haya surgido en los últimos años, es una vieja reivindicación de mis compañeros de profesión. Puede parecer banal, pero la falta de reconocimiento a medio plazo trae consigo una falta de nuevos profesionales y de fondos. Estos condicionantes no afectan solo a los que deciden dedicarse a esta rama del saber sino que acaban repercutiendo a toda la sociedad. Con esta pandemia, tenemos la posibilidad de poner en valor el trabajo de los biólogos. No podemos dejar pasar esta oportunidad para conseguir, tanto que las nuevas generaciones descubran la importancia de esta carrera, como que el gobierno aumente su presupuesto en investigación, igualándonos al menos con los países punteros de la UE. De esta forma podremos frenar la diáspora de jóvenes científicos, que al acabar sus estudios se ven obligados a elegir entre su familia y su profesión. Regalando al resto de países el talento que tanto nos ha costado formar.

Sinceramente, espero que esta desagradable situación sirva para que muchos niños decidan que en vez de futbolistas, influencers o tertulianos prefieran ser médicos, enfermeros o ¿por qué no? Biólogos.