Durante la pandemia nos domina la incertidumbre. Y ahora, con las fases, se añade mayor desorientación. Maestras y maestros, profesorado en general, están trabajando dura e improvisadamente en todos los niveles educativos. Otro colectivo de esenciales, pero que ni los políticos los mencionan entre los imprescindibles en sus alabanzas actuales. Muchos están dando todo lo que pueden para que no se pierdan los hábitos de aprendizaje. No obstante, para que funcione la escuela en casa, hace falta que alguien de la familia esté presente apoyando a los niños y niñas en su aprendizaje.

La conciliación entre la vida familiar y la profesional es un problema fundamental y sobre ello se está haciendo poco o nada. El primer problema se dará si se produce una «situación mixta», en la que madres y padres puedan reincorporarse al trabajo presencial y, sin embargo, los niños y las niñas tengan que seguir en «la escuela en casa» o, como parece, se comiencen a producir situaciones diversas en cuanto a la posible asistencia a los centros escolares ¿Podrá ir el 50% del alumnado? ¿Se podrá ir al centro educativo el 50% del tiempo? ¿El resto del tiempo se hará mediante internet, desde casa? ¿Habrá turnos? En definitiva, ¿hay algún plan ya avanzado que tenga en cuenta las diferentes circunstancias que se puedan dar? Ahora con las fases, ya puede darse algún problema. En otoño, si se da un rebrote -aunque sea mínimo- que obligue a cerrar las escuelas, también pueden darse casos similares a los actuales o a los de las «fases». Ahora es momento de pensar en los posibles escenarios ¿Qué pueden hacer estas familias?: ¿dejar a los niños y las niñas con los abuelos y las abuelas exponiendo a los mayores a un contagio? ¿Contratar a alguien para que estén con ellos en casa mientras padres y madres trabajan? O ¿dejar a los niños y niñas solos en casa? Es una laguna importante ya y puede ser un problema recurrente durante el próximo curso si seguimos sin un tratamiento eficaz o sin la vacuna.

Si algo parece que se puede afirmar actualmente es que esta situación pone de manifiesto que debe haber un antes y un después en el modo de concebir la forma de vivir y la educación.

Por otra parte, la escuela ha vivido hasta la segunda década del s. XXI como si no se hubiera producido la revolución de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Aunque se usaran recursos didácticos con tecnologías informáticas, no se ha llegado a un uso generalizado para integrar tareas impartidas por internet que debieran realizarse desde la escuela o desde casa. No obstante, ahora resulta que son estas tecnologías las que deben ser el instrumento fundamental para recrear el escenario escolar en casa. Más allá de la evidencia de que hay desigualdades en los recursos tecnológicos de que disponen las familias, se supone que hay madres y padres con grandes dificultades para poder ser los acompañantes necesarios de sus hijos e hijas para el buen funcionamiento de la escuela en casa.

Cuando se trataba de acompañar a sus hijos para hacer los deberes tradicionales, además de la conciliación de la vida familiar y profesional, se constataba que resultaban claves las desigualdades en formación y en el valor social que se daba a la educación por parte de las familias. Dar valor social a la educación desde la familia implica realizar un seguimiento de los hijos respecto a la organización y motivación para estudiar. Hoy se observan además otras posibles dificultades debidas al desconocimiento de las tecnologías. En cuanto tengamos datos al respecto podremos analizar mejor este fenómeno. Será tanto más grave la desigualdad si se confirmara lo peor: que todas las desigualdades se suman, es decir, en cuanto a las diferencias en el poder adquisitivo de las familias, en los recursos tecnológicos que tienen en casa, en el conocimiento de contenidos, en el valor social que se otorga a la educación y en el dominio de tecnologías. Las brechas, en consecuencia, serán aún mayores.

Considerando lo observado durante el confinamiento, ya podemos ir apuntando que deberíamos aprender de esta situación y comenzar a incluir medidas de cambio social y educativo que vayan de la mano para crear situaciones que mejoren la conciliación entre las vidas familiar y profesional, si no queremos retroceder en el camino de la igualdad de género en el acceso al mundo laboral, ni ampliar las brechas entre familias acomodadas y vulnerables. No puede cambiarse la educación simplemente cambiando el diseño curricular o algunos elementos en la organización de la escuela. Hay que incluir cambios que permitan que las políticas sociales y las educativas se complementen para lograr la transformación social que nos haga vivir la realidad del s. XXI en la educación. El bien común no puede llegar sin un esfuerzo global, que también sea común, fruto de un acuerdo desde la cohesión social.

Hay soluciones. Un ejemplo nos puede ayudar a identificarlas. Hace muchos años, cuando comenzaron a funcionar en nuestro país algunos centros educativos bilingües (con inglés, francés, alemán€), se recomendaba fehacientemente a las familias que llevaban a sus hijos a este tipo de centros que al menos uno de los padres asistiera a clases en el propio centro educativo para aprender el idioma extranjero -si no lo conocían ya- y así poder acompañar a sus hijos en su aprendizaje. Actualmente se echa en falta ese tipo de puentes para mejorar la educación desde la colaboración familia-escuela, incluso al introducir la educación plurilingüe esas prácticas no se han tenido en cuenta. Tampoco se lleva a la escuela lo que es normal en la vida corriente. Hoy ya vivimos en un mundo mixto presencial-virtual y cada día es más frecuente que se trabaje y/o estudie apoyándonos en cursos impartidos por internet.

La transformación social se podría dar si, por ejemplo, tanto el idioma extranjero, como las tecnologías de educación por internet se utilizaran como algo normal, de forma integrada en la educación. Para que ello tuviera un efecto multiplicador en la mejora social, sería necesario que madres y/o padres asistieran a cursos en los mismos centros educativos para aprender a acompañar a sus hijos/as en las tareas a realizar desde el hogar por internet. Para ello es necesario mejorar la conciliación entre las vidas familiar y profesional ¿Por qué? Simplemente porque la escuela ni es ni debe ser la única responsable de la educación de nuestros hijos. Las familias tienen el derecho y el deber de participar activamente en la educación.

Actualmente, dada la poca atención que se da desde los gobiernos y las empresas para conseguir una adecuada conciliación entre las vidas familiar y profesional, es muy difícil confiar en que se aporten innovaciones que mejoren esta situación. La única forma de compensar esas desigualdades es con políticas sociales que acompañen a las educativas y que en la enseñanza presencial se introduzcan algunas tareas a realizar por internet.

El confinamiento está poniendo de manifiesto que la sociedad debe reinventarse como comunidad. Se viene educando desde el principio de la humanidad y hay experiencias que ya sabemos que fueron eficaces. Cuando hoy escuchamos el término "innovación educativa", en muchas ocasiones, parece reflejar más el olvido o el desconocimiento de lo que ya funcionó que la propuesta de alguna alternativa educativa realmente novedosa. El sentido común existió desde que el ser humano empezó a filosofar. Se sigue sintiendo que hace falta ilustrarse más mirando el pasado y haciendo un fuerte ejercicio de prospectiva para avanzar los posibles escenarios futuros y ello se debe basar en el diálogo colectivo producido desde las comunidades social e investigadora en educación. Eso nos proyectará mejor hacia el futuro. Opciones normativas o legales que no recojan lo aprendido en esta triste experiencia ni nos servirán hoy ni serán las del mañana. Atendamos los problemas de hoy y propiciemos el análisis sosegado que oriente colectivamente los grandes proyectos de cambio basados en el diálogo real y plural, aprovechando las lecciones aprendidas en esta situación de crisis.