El desglose por comunidades de los datos del coronavirus supone el mayor ataque contra la integridad del Estado desde al menos 1492. En contagiados y fallecidos, Madrid funciona peor que todas las comunidades autónomas, incluidas las de sentimientos identitarios más desvaídos. También es razonable rastrear el influjo madrileño en los datos catastróficos de las dos Castillas. La capital ha polarizado hasta tal punto la plaga que su atraso pandémico implica la humillación más grave desde las derrotas olímpicas de Ana Botella. En lugar de sofocar el incendio, las autoridades del centro se han concentrado en riñas intestinas de mucho barullo y poco provecho. Madrid c0ntra el resto de España es un clásico de la programación política, desde la LOAPA hasta la recentralización. En cambio, cuesta adaptarse al Madrid contra Madrid, Moncloa contra Puerta del Sol. Y pierde España.
El Madrid-Barça fascinante hasta la eternidad ha sido reemplazado por un Real-Atleti de virulencia equiparable. La derecha se pregunta estupefacta quién tuvo la idea de que Isabel Díaz Ayuso podía encabezar una comunidad autónoma, con o sin pandemia. No está la Magdalena para tafetanes, pero la presidenta madrileña compendia la maravilla de que acierta en lo que dice sin saber lo que dice. Su constatación de que el contagio económico asusta más que el vírico está compartida ya por la mayoría de europeos, pero sigue sin entender que su región multiplica por cinco a otras en contagios, con el ajuste demográfico.
Pedro Sánchez tendría una excusa si Díaz Ayuso presidiera una comunidad periférica, pero la vecindad madrileña de sus gobiernos implica una confraternización en el desastre. La discutible utilidad de Madrid, en sus muy diversas configuraciones, obliga a plantearse si no hubiera sido preferible convertir esa ciudad en la sucursal de Las Vegas que pretendía el visionario magnate Sheldon Adelson.
