Perdí a mis abuelos hace mucho tiempo, la última en fallecer fue mi abuela materna Ángeles Carbonell. Sin embargo, vive todavía una íntima amiga de mi madre Amparo Llopis, que está ingresada en una residencia de ancianos en Cocentaina. Lleva algunos años allí desde que dejó de valerse por sí misma. Tiene más de 90 años. De momento, está bien. Llamó mi hermana Patricia hace poco para preguntar por ella y le dijeron que se encontraba bien dentro de sus limitadas condiciones.

En esta residencia no se han dado, de momento, casos positivos de coronavirus entre los ancianos. Amparo hace ya tiempo que perdió la vista y apenas oye. Cuando estuve la última vez no me reconoció y aún veía un poco. Amparo ha sido una más de la familia. Adoraba a mi madre. Sus últimos años los vivió en un piso muy coqueto que tiene en Cocentaina. Siempre que íbamos a verla nos invitaba a tomar algo. En una de esas visitas me regaló una cómoda preciosa, que es uno de mis muebles favoritos.

Cuando todo esto pase, una de las primeras cosas que quiero hacer es ir a verla y darle un abrazo muy grande. Lo de menos es que no me reconozca porque yo a ella sí.

Creo que tenemos una deuda pendiente con nuestros mayores. Han sido una generación de luchadores, de valientes, ejemplo para muchos de nosotros, que a pesar de las adversidades han tirado pa'lante en circunstancias muy difíciles. Nosotros ya hemos venido, como se dice, con el pan debajo del brazo. Ellos lo tuvieron muy difícil.

El virus se ha cebado en este indefenso colectivo, con más de 17.000 fallecidos. Muchos han muerto solos, abandonados, desatendidos, sin atención médica y sin poderse despedir de sus seres queridos. Un auténtico drama para muchas familias.

En algunas residencias de ancianos se han encontrado cadáveres que llevaban varios días muertos. Unos hechos que deben ser investigados inmediatamente por la fiscalía para averiguar lo sucedido. No ha sido un hecho aislado.

Cuando leo en la prensa casos de residencias, donde los mayores han sido maltratados y vejados por personal que debería estar al cuidado de ellos, atendiéndoles en el día a día con la comida, la medicación o el aseo; me embarga un profundo sentimiento de impotencia y de estupor al ver el grado de degeneración y de crueldad al que puede llegar el ser humano.