Dos meses ya. Contamos los meses en estado de alarma como cuando se acaba de tener un niño, empiezas una relación o pierdes a una persona querida. Y entre los paseos, los aplausos, los PCR y tanta crispación, una muerte alteraba el flujo informativo del día. Nada tiene que ver la pandemia y acercándonos a las treinta mil muertes, nos conmueve la muerte de Aless Lequio. Llevaba dos años en tratamiento por un cáncer de los malos, le habíamos visto desde entonces aquí y allá, optimista, siempre con una sonrisa. Tenía 27 años y muchos de nosotros le recordamos como aquel chiquillo al que no le gustaban los paparazzi y mordía la espumilla de los micros de los reporteros televisivos. No le conocíamos personalmente pero lamentamos su muerte como sucede tantas veces con personas que nos acompañan a través de las pantallas y a quienes sentimos más cerca que a nuestros vecinos de la puerta de al lado.

En los magacines de Mediaset están de luto, sincero. Hasta en «Sálvame» se hacía el silencio mientras pasaban imágenes de archivo de la familia, enmudecidos por las lágrimas en la garganta. Ha muerto el hijo de Ana Obregón y un compañero, Alessandro Lecquio, que colabora en la casa desde hace años, en el bloque de crónica rosa de «El Programa de Ana Rosa». La muerte del joven ha alterado el guión de cada mañana. De negro, la influyente periodista dejaba por un día la crisis sanitaria en su arranque del espacio más visto de las mañanas para despedirse de Aless y dar el pésame a los padres, muy emocionada. Después ha entrado en el tema, el único.

Desde hace semanas lleva un lazo negro, como otros presentadores y políticos, en señal de duelo por los fallecidos por la covid19 y en este tiempo de confinamiento en el que solo ha faltado en el plató unos días por una alergia, Ana Rosa Quintana se ha convertido en una de las voces más críticas con el Gobierno por la gestión de la crisis, con polémicas incluidas por la desaparición de algunos tertulianos de la mesa de política. A uno de los del bando de la izquierda le dijeron que no volviera porque su punto de vista no encajaba con la línea editorial, provocando una de esas borrasquillas tuiteras entre periodistas.

La crisis del coronavirus está sacando los colores a algunos programas de Telecinco y Cuatro, de mañana y tarde. No es posible vivir esta situación o informar sobre la pandemia sin posicionarse. Lo vemos en nuestros amigos, en las redes sociales, cada medida, cada dato nos lo explicamos y nos lo cuentan desde el Gobierno o desde la oposición. Y no sirven los verificadores, ni los expertos a los que se pone en duda continuamente, ni el sentido común. La ideología política se nos sale por los ojos. Escuchando a Ana Rosa confraternizar con los cien del barrio de Salamanca que se concentran en la calle saltándose las normas para protestar contra Sánchez resuena su indignación ante otros incumplimientos. Gentuza irresponsable que pone en peligro a los demás. Sin embargo, según ella, los de la calle del conquistador se están manifestando y a una hora permitida. Patricia Pardo le recuerda que para manifestarse se necesita un permiso y que solo se puede salir a pasear y hacer deporte. Las caceroladas, desde el balcón. Pero Ana Rosa se revuelve en su silla, ella también quisiera estar allí y gritar ¡libertad!, como tantos otros a los que anima a salir la que se merece vivir en un lujoso apartotel - o en dos-, con su tonito amenazante: «Lo de Núñez Balboa les va a parecer una broma». Quieren salir y desafiar a la autoridad. Las ganas de venir a la Malvarrosa en AVE a comerse una paella y volverse a dormir a casa les hacen olvidar a los sanitarios y los más de dos centenares de fallecidos al día.