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Matías Vallés

El admirable Crichton

El autor de 'Peter Pan' escribió una comedia en la que el mayordomo se convierte en gobernador tras el naufragio en una isla desierta

J. M. Barrie alcanzó renombre universal en su calidad de creador de Peter Pan. Sin embargo, debe perdonarse a un puñado de heterodoxos que lo aclamen por El admirable Crichton, su comedia o dramedy a caballo entre Londres y una isla desierta. En la primera localización metropolitana, el protagonista es el mayordomo descrito por el autor como "solo un criado". Ni siquiera tiene derecho a un nombre propio. Sin embargo, tras el naufragio de los ineficientes aristócratas en un islote abandonado, el subordinado emprendedor pone en práctica sus habilidades para invertir las jerarquías y convertirse en el auténtico rey de los ahora desclasados. En la obra, se conforma con el título de Gobernador.

Si no se ha captado ya la metáfora respecto a la era de la pandemia, este artículo perderá gran parte de su sentido. El coronavirus ha propiciado una inversión temporal de las categorías. Ha modificado el concepto de éxito y las efigies de los triunfadores. Se ha reproducido el conflicto marxista entre trabajadores productivos o improductivos. Los primeros se han ganado la condición de indispensables, frente a la ociosidad confinada y confitada del resto.

En la isla, el sirviente no solo pasa a llamarse Bill Crichton, sino que somete y seduce a sus antiguos amos. Rodeado de aristócratas incompetentes, el Gobernador se distancia de su anterior cometido, que ahora considera humillante. "Aborrezco a aquel mayordomo, me parece una figura lejana, apenas si nos conocemos". Y en la línea de Hobsbawm, pasa a inventarse una tradición. "Puede que fuera un rey en otra vida". Montado en sus saberes prácticos, el "criado" enaltecido ha aprendido a torturar a sus antiguos señores, introduciendo sus cabezas en un cubo de agua. Con la crisis de los poderosos, las leyes han cambiado.

Un comentario apenas si ofrece una imagen desvaída del montaje hace demasiados años de El admirable Crichton en el teatro Royal Haymarket de Londres, con Rex Harrison en el papel del lord descabezado y el zorruno Edward Fox interpretando al mayordomo que ha encontrado el hábitat idóneo donde desplegar sus habilidades. Por ejemplo, la simple transformación de un caro alfiler para el pelo en una aguja que coserá la ropa con pieles de los náufragos, una operación fuera del alcance de los aristócratas. La cuestión central en la isla desolada sigue siendo quién manda aquí, y cursa en la obra con el enfrentamiento dialéctico entre el mayordomo en plena metamorfosis y el lord caduco.

El mayordomo Gobernador impone a sus perezosos señores el inadmisible lema "Si no hay trabajo, no hay cena". Desconocedora del trabajo físico, su antigua patrona le pregunta de dónde ha sacado esa máxima. "No la he inventado, milady, la veo creciendo por toda la isla". El desenlace de la pandemia es un misterio, al igual que la nómina de vencedores y perdedores. En las circunstancias modificadas por la catástrofe, "el liderazgo se establecerá con naturalidad, milord, sin ninguna interferencia nuestra". Guste o no, un simple virus ha descabezado el planeta con la furia de un naufragio. El riesgo de desembocar en el salvajismo omite que el régimen precedente no sobresalía por su ejemplaridad.

Un año después de Barrie, el demógrafo francés Emmanuel Todd efectúa consideraciones semejantes tras el naufragio pandémico. Hostil a los confinamientos radicales, el intelectual concluye que "los camioneros, las cajeras, las enfermeras, los médicos y los docentes permiten que un país permanezca en pie, al contrario que los financieros y los virtuosos del Derecho". Su diagnóstico no es obligatoriamente un pronóstico, porque quienes hablan de un antes y un después dan por sentado que estaban antes y que seguirán estando después. De ahí que la palabra recuperación sea equívoca, porque apunta a restaurar el estado anterior, cuando en realidad se llegará a cualquier estado excepto el anterior.

El rescate de los náufragos supone un amargo despertar para el Gobernador Crichton. Con el regreso a Londres, la rutina devuelve a los personajes a sus casillas de partida. Cuando Lady Mary le confiesa a su mayordomo que sigue reconociéndolo como "el mejor entre nosotros", su sirviente se despoja de esa responsabilidad. "En una isla, milady, quizás; pero no en Inglaterra". El triunfo del inmovilismo, la docilidad del esclavo que ha gozado de un paréntesis de carnaval, o la simple adecuación a las circunstancias. Un artículo sobre el mundo que habrá dibujado el coronavirus no puede acabar sin una referencia al oráculo George Soros. "No volveremos adonde estábamos cuando empezó la pandemia. Es lo único claro, todo lo demás está en cuestión". O como diría el Crichton de ida y vuelta, "puede que las mismas personas no sean los señores, y puede que las mismas no sean los criados".

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