Contrariamente de quienes presagiamos que ya nada será igual, que la pandemia es una oportunidad para modificar nuestro sistema de prioridades y valores como los de la solidaridad, el comercio justo y la defensa de estos enfoques en nuestro entorno para salir mejores, existe otra temerosa opción que debemos calcular.

El cálculo de lo que el virus nos dice sobre la capacidad para pensar, escribir y describir nuestro planeta, así como de lo que revela de la transformación de la sociedad Occidental a través de la innovación tecnológica.

Desde la perspectiva de la labor intelectual, este encierro parece una oportunidad ideal para solucionar la vieja disputa entre Flaubert y Nietzsche. Flaubert afirma que sólo se piensa y se escribe adecuadamente cuando estás sentado, a lo que Nietzsche llega incluso a llamarlo nihilista, es decir, negar los principios de trascendencia, orden y cometido en la vida, lo cual lleva también a negar su valor inherente o a considerarla como algo irrelevante. Pero, sucediendo en un momento en el que ya había empezado a utilizar dicha palabra de forma inexacta e imprecisa: el mismo filósofo alemán, proyectó todas sus obras, caminando. Todo lo que no se piensa caminando es nulo, además siempre ha sido un bailarín dionisíaco, apuntaba.

Probablemente sea Nietzsche quien tuviera razón. Pretender escribir si no se tiene la ocasión, durante el día, de pasear durante varias horas a un ritmo mantenido, es bastante desalentador: la angustia acumulada no termina de diluirse, los pensamientos y las imágenes siguen dando vueltas dolorosamente en la desdichada cabeza del autor, que enseguida se vuelve irritable e incluso loco.

En cuanto a los efectos del confinamiento en el común de los mortales, muchos hemos padecido los efectos de una isla, con el espectáculo insípido de una humanidad que se extingue, con individuos que viven aislados en sus celdas, sin contacto físico con sus pares, sólo unos pocos intercambios por el pc, y que iban disminuyendo.

Pero, como apuntaba al principio, debemos de calcular la posibilidad de que nada fuese a cambiar, sino que las tendencias de fondo de la sociedad tecnificada se agudizarán. De que todo seguirá siendo exactamente igual. De hecho, el curso de esta epidemia es notablemente normal. Occidente no es para la eternidad, por derecho divino, la zona más rica y desarrollada del mundo; se acabó, todo eso, desde hace tiempo y no es una primicia.

El coronavirus, al contrario, debería impulsar como principal logro, el de la aceleración de ciertas transformaciones en curso. Desde hace algunos años, todos los procedimientos tecnológicos, ya sean menores (TV a la carta, pago sin contacto) o mayores (compras por Internet, teletrabajo, redes sociales) han tenido como principal consecuencia u objetivo, la reducción de los contactos materiales pero sobre todo humanos. La pandemia del Covid-19 ofrece una magnífica razón para esta fuerte tendencia: un cierto desuso que parece lastimar a las relaciones humanas.

Otra peculiaridad agravada por la pandemia y que se tiene que apuntar, está siendo la de la relación con la muerte. Una relación que nunca ha sido tan discreta como en estas últimas semanas. Las personas mueren solas en su hospital o en las habitaciones del geriátrico, son inmediatamente enterradas o incineradas. La cremación coincide más con el espíritu de los tiempos que corren, sin invitar a nadie, en secreto. Muertos sin el más mínimo testimonio, las víctimas se reducen a un número más en las estadísticas de muertes diarias, y la angustia que se propaga en la población a medida que aumenta el total tiene algo extrañamente abstracto.

La decisión de qué vidas merecen intentar salvarse en cuidados intensivos en función de la edad avanzada de los pacientes también resulta revelador de la época que vivimos.

Todas estas tendencias, ciertamente, existían antes del coronavirus; ahora sólo se han hecho evidentes con nuevas pruebas. Es probable que no despertemos, después del confinamiento, en un nuevo mundo; será lo mismo y, de seguir apostando por este sistema, un poco peor. De todas maneras, en el camino está la virtud y si la montaña no va a Mahoma€encomiar a tomar la iniciativa en los asuntos que como sociedad nos interesan, pensando en las siguientes generaciones.