Mucha gente cree que los ateos sólo nos dedicamos a propagar e intentar convencer a la sociedad de la inexistencia de dioses. Y nada más lejos.

En el mundo que nos ha tocado vivir, ya desde que nacemos se nos inculcan una serie de ideas, preceptos, y normas que nos acompañarán toda la vida, a no ser, que hagamos un sobreesfuerzo de titanes para desprendernos de ellas. Esfuerzo que ha de ser más que titánico, porque la ingenuidad, la candidez, la falta de espíritu crítico en esa primera etapa de la vida, hace que esas normas, preceptos e ideas queden grabadas casi de forma permanente, en unas mentes que nacen libres, limpias y dispuestas absorber todo lo que se les transmita.

Deshacerse de esos prejuicios inoculados al nacer, y que van a condicionar toda la vida, va a ser tarea casi imposible, de no mediar esos esfuerzos titánicos. Y ahí es donde vemos la importancia del sistema educativo, que debería enseñar y fomentar las herramientas necesarias para poder desarrollar un espíritu crítico, una forma de razonar que permita, incluso desde la adolescencia, elaborar conclusiones propias y poder vivir según sus propias convicciones.

La situación que estamos viviendo con el coronavirus, es una oportunidad de oro para, dentro del desastre humanitario, esforzarse en la tarea de elaborar ideas propias, poner sobre la mesa aspectos que, de forma dirigida y consciente, se intentan ocultar, o al menos no hablar mucho de ellos.

Me refiero, por ejemplo, a la forma de vida.

Deberíamos ser capaces de entender que no vivimos en el mundo feliz que se nos vende por todos lados (gobiernos, medios de comunicación,,..). Creo que, una parte del mundo, estamos viviendo de una forma insostenible, con un abuso del planeta, una distorsión del clima, un menosprecio de la naturaleza y del resto de especies.

Una existencia cuyo único objetivo parece ser el consumir, con poca o nula vida interior y sin una satisfacción que dure más de un instante.

Gracias al dichoso virus, es la primera vez, posiblemente en la historia, que hay una sensación de que la humanidad, somos una sola, que lo que le pasa a una les pasa a todas. Ahora sólo falta, que esa sensación, se traduzca en hechos.

Me refiero también, por ejemplo, a la muerte.

Desde hace un par de meses, todos los días, tenemos muertes masivas sobre la mesa. Y eso hace reflexionar. A veces, incluso sin que tengamos ninguna intención de meditar sobre el tema, la mente insiste.

Sería bueno aprender a no tener miedo a la muerte (cosa distinta es el sufrimiento camino de esa muerte). La muerte sólo es el final de una etapa que empieza con el nacimiento. Tenemos toda una vida para asumir que si hemos nacido, tenemos que morir, y sin embargo llegamos a ese punto como si no hubiéramos vivido.

Durante siglos, en multitud de lugares del planeta, las personas mueren simplemente por las condiciones de no-vida, en que viven. Son personas como nosotros, pero que nada tienen y por tanto, parece que, a nadie importan. Son lugares donde la muerte no entiende de cronología o de lógica. No suele respetar la edad (jóvenes y mayores), ni la salud (sanos y enfermos), ni el género (hombres y mujeres), ni sus creencias (ateos o creyentes), ni el color de la piel (negra o blanca).

De ahí, me permito deducir la idea de que muchas de las personas que decimos tener miedo a la muerte, sobre todo en la parte del mundo del "bienestar" donde se supone que la muerte ha de tener su lógica, en el fondo, a lo que tenemos miedo, es a perder todo lo que hemos acumulado y disfrutado, sin darnos cuenta, que ya llevamos toda la vida perdiendo cosas.

Se pierden primeramente los padres. Vamos perdiendo a gente a nuestro alrededor (amigos, conocidos, vecinos,....). Perdimos varias mascotas. Pasa el tiempo y perdemos fuerzas, perdemos facultades. Algunos, hasta las convicciones de toda una vida.

Como ven, los ateos, además de negar la existencia de dioses, insistimos en la importancia de la libertad de pensamiento, la imperiosa necesidad de tener un espíritu crítico, la urgencia vital reflexionar sobre cuanto acontece, de elaborar nuestras propias convicciones.

Seguro que no nos equivocaremos más que quienes se empeñan en defender que esta forma uniforme, distante, egoísta, decadente y avasalladora de vivir , es la mejor posible (menos mala, dirán otros).