Tranquilos, todo volverá a la "normalidad". Por supuesto. No depende tan sólo de nuestras decisiones. Aproximadamente el 35% se decide intencionalmente. Y aunque es un porcentaje elevado, no crean, no es suficiente. Menos mal que viene el séptimo de caballería al rescate; nuestros genes.

En psicología, saben, somos muy copiones de la física. Y tomamos el término estrés, que alude a la fuerza que se debe aplicar a un objeto, para deformarlo o romperlo. O momento, que nos refiere a una fuerza ventajosa única que puede provocar un movimiento inédito. ¿Bonito verdad? Y por último, Set Point, cualquier punto de ajuste (equilibrio) de alguna variable (circunstancias vitales) de un sistema de control automático (la vida en sí).

Bien, estas tres exquisitas manzanas robadas del cesto de la física me sirven para explicar por qué más pronto que tarde volveremos a la normalidad social tan deseada.

En primer lugar, los humanos somos morrocotudamente seres sociales, con rasgos igualmente elegantes y complejos que nos hacen diferentes al resto de mamíferos. El hecho de haber desarrollado nuestras actuales capacidades sociales y cognitivas es un consumado evento evolutivo tardío, que nos ha supuesto aumentar la disponibilidad de recursos al ser más eficaces (la ciencia) y por tanto muy resistentes a las crisis naturales.

Sabemos por los datos que ofrecen los estudios sobre el bienestar subjetivo (felicidad) que la mayor parte de la gente se sitúa por encima del promedio en la satisfacción con su vida (Diener y Diener, 1996). ¡Vaya! Que la frecuencia e intensidad de las emociones positivas es mayor que las de las negativas en cualquier edad (Charles et al., 2001). ¡Oh! Les sorprenderá la siguiente conclusión: que los factores como sexo, ingresos económicos, inteligencia y salud tienen un peso muy pequeño en nuestra felicidad, frente a uno mayor de los procesos psicológicos (interpretación, atención, memoria), motivación y personalidad como la extroversión; alta sociabilidad, tendencia a la compañía, atrevimiento a las situaciones sociales, experimentar emociones positivas, alegría, satisfacción, excitación (Avia, 1997; Avia y Vázquez, 1998). Resulta difícil de creer ¿verdad? Así que con nosotros viene una carga positiva, como en las pilas, que ayuda enormemente a capear los temporales vitales.

Otro elemento de gran importancia es lo que denominamos adaptación hedónica (Diener y Lucas, 2006). Nos dice que las ganancias o pérdidas en felicidad son casi siempre transitorias, ya que las personas tendemos a volver al punto de anclaje o referencia en años inmediatamente posteriores tanto al evento favorable como al infausto (este último puede resultar algo más tardío). A esto lo denominamos set-point. ¡Caray, ahora copiamos del tenis!

Este punto de anclaje (set-point) es muy significativo ya que explica la estabilidad de nuestras conductas, así como la resistencia a los eventos traumáticos, y la significación de los elementos genéticos que como enormes flotadores emocionales nos impulsan hacia la superficie. La pulsión hacia la vida.

Así que, si juntamos la manzana estrés (la pandemia) que intenta romper nuestro sistema relacional, junto con la manzana momento (nuestra decisión de resistir y mejorar como personas generando impulsos únicos ventajosos), más la manzana del set-point, es decir el restablecimiento del equilibrio biológico que nos ofrece nuestra propia genética, el éxito está asegurado. Al menos como especie.

Con estos datos volveremos a disfrutar de nuestra sociabilidad habitual más pronto que tarde. También volveremos a contaminar nuestro mundo. Llevaremos un poco más de cuidado, pero no mucho más. Es lo que tiene el set-point.