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Malentendido

A un individuo que se presentó en las urgencias de un hospital de Madrid, donde dio positivo en la prueba de la Covid-19, le preguntaron dónde y con quién había estado durante los días anteriores. El hombre hizo memoria y detalló todos sus movimientos, ocultando un encuentro que había tenido con su amante en un apartamento prestado. Ahí se produjo un agujero en el tapiz de la seguridad sanitaria. En cuanto a la amante, que tardó una semana en dar síntomas, le contó al epidemiólogo en qué había ocupado cada una de sus horas, a excepción de las de aquella tarde de un miércoles dedicadas a la pasión amorosa extramatrimonial. El agujero se agrandó.

Entre tanto, el microorganismo infeccioso había alcanzado también los pulmones de la esposa del adúltero y la garganta del marido de la adúltera, quienes tenían a su vez amantes cuya existencia negaron ante las autoridades sanitarias. El amor, en fin, comenzó a sembrar la enfermedad y la muerte ajeno a su capacidad multiplicadora. Como una fotocopiadora a la que solicitas dos copias y saca por error dos mil, aquel conjunto de genes envueltos en una proteína iba reproduciéndose a mil por hora en las habitaciones de los hoteles, en los bares de la medianoche, en los apartamentos clandestinos.

En una de esas, los dos amantes primigenios, Eva y Adán, podríamos decir, coincidieron, gravemente enfermos, en la misma habitación del hospital, la cama de él junto a la de ella. Con los ojos opacados por la fiebre y los tubos atravesándoles los labios, se miraron y esbozaron una sonrisa de complicidad.

-Tu amor me mató -logró susurrar ella.

-Fue el tuyo el que acabó conmigo -se defendió él.

Luego permanecieron mirándose sin apenas verse hasta que la debilidad obligó a ambos a cerrar los ojos. Murieron con dos horas de diferencia y sus cadáveres, por error, fueron cambiados de féretro, de modo que la familia de él despidió el cuerpo de ella y la de ella el de él. De haberse podido encontrar en el infierno, en el cielo o donde quiera que fueran sus almas, si las almas de los adúlteros van a alguna parte, habrían echado unas risas al enterarse del malentendido final.

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