Mucho se va a hablar y decir sobre Julio Anguita y yo también quiero contribuir a esa saturación, aunque no con las ideas almibaradas con que muchos tratan de ocultar realidades.

Y una de esas realidades es que desde hace muchos años, a pesar de la profundidad de sus análisis y de sus infructuosos intentos de que las discusiones políticas acabaran en algo práctico, muchísimos de sus correligionarios dejaron de hacerle caso, ni quienes ahora dicen "llorarle", ni quienes hablan de "su maestro", ni quienes alegan ser sus más "fervientes" seguidores. Y para muestra, un botón.

Decía Julio (entre otras muchas cosas): "Proyecto y programa para generar contradicciones en el sistema. Y para eso hay que rechazar al narcisismo de mirarse al espejo".

Pues eso. Lo que se conoce como izquierda, hace años que, no es que no genere contradicciones, es que colabora en tapar y disminuir las contradicciones del capitalismo, habiendo perdido, no se sabe cómo, cuándo, ni dónde, cualquier iniciativa, cualquier atisbo de cambiar el sistema, con vistas a caminar hacia el socialismo. Socialismo al que le ocurre lo mismo que a los dioses, muchos los invocan, pero en el fondo nadie cree en ellos, porque como a dios, si se creyera en el socialismo se actuaría de otra forma. Y como decía Julio, encima, se miran al espejo y no caben en sí de satisfacción.

Con la misma fuerza con que se alaba su honestidad, su ejemplo, su coherencia y su compromiso (todo ello, fuera de toda duda), se le llevó a la irrelevancia, se ignoraron sus ideas y sus intenciones. Llegó un momento, sobre todo después de la debacle electoral, en que resultaba incómodo tener cerca a alguien que, con tanta autoridad moral, no paraba de decir que hay que estar convencido de las ideas propias, lo cual debería llevar a hablar como se piensa, y a vivir como se habla.

Si no hubiera estado delicado de salud, muchos de sus propios compañeros de organización le habrían arrinconado igual, asignándole la categoría de jarrón chino, con la inestimable ayuda, en su día, del grupo Prisa y la cadena SER, que día tras día le tacharon de intransigente, dogmático, autoritario, incluso quimérico.

Algún medio de comunicación, decía de él un titular periodístico, "Corazón comunista, sangre anarquista". Me da a mí, siempre dudando de todo, que su corazón "comunista" no fuera bastante para quienes no soportaban su sangre "anarquista".

Tuve la fortuna histórica de poder asistir, no como ningún infiltrado, pero si como mero delegado-espectador, al XIII Congreso del PCE donde se debatía su disolución, y fue la firmeza y convicción de Julio, la que lo evitó. Y desde entonces, con cariño, pero sincera y rotundamente, creo que Julio, de anarquista tenía muy poco, aunque también creo que desde que se liberó de sus ataduras partidistas, su discurso podía calar en cualquier persona que sienta en su conciencia, la necesidad, la sensibilidad y la urgencia de lograr un mundo mejor.

Frente a la honestidad y las convicciones sin fanatismo que Julio representa, lo que hoy predomina es una forma de hacer política que, entre lo bueno y lo malo, siempre elige lo que me beneficia (como individuo, como partido, como gobierno), relegando la cooperación y la solidaridad en aras del ventajismo y la depredación.

Me duele su muerte, me duele el poco caso que se le hizo, y como decía Julio, me duele un narcisismo que impide darse cuenta que no vamos bien ni en la dirección adecuada.

A Julio le falló su corazón, es verdad, pero es la propia sociedad, y más que sus enemigos, han sido muchos de quienes ahora se rompen las manos aplaudiendo y sacan lágrimas de cocodrilo, quienes le mataron con su hipocresía, su ninguneo, la falta de principios, la nula combatividad, y como el propio Julio decía, por su narcisismo y su nula voluntad de generar contradicciones. Asco de política.

Descansa en paz Julio, por fin.

Marc Cabanilles. Miembro del Consell Nacional EUPV (1990-1994) y delegado al XIII Congreso del PCE (1991).