En el VI Congreso Mundial de Ingeniería Agronómica en Milán, coincidiendo con la EXPO2015, se aprobó Carta Universal del ingeniero agrónomo, que en su primer punto se refiere a nuestro compromiso con la alimentación y la salud: «El ingeniero agrónomo, como diseñador de los alimentos, garantiza la optimización de los procesos productivos a lo largo de toda la cadena agroalimentaria, defendiendo los principios de una alimentación sana y nutritiva, que satisfaga las necesidades alimentarias globales reduciendo los desechos y garantizando la salubridad de las producciones y la salud y el bienestar del consumidor».

Aunque en principio esta declaración de intenciones estaba enfocada a la forma en que podíamos contribuir los ingenieros agrónomos a facilitar la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible, la crisis del COVID 19 y sobre todo, la aplicación en España del estado de alarma, nos ha traído a primera línea el aspecto cuantitativo de la seguridad alimentaria que en los países desarrollados había pasado a un segundo plano.

Que la cadena alimentaria, y particularmente la española, haya respondido con eficacia y rapidez al reto planteado de mantener el suministro a la población en cantidad y calidad es un hecho que ha sido reconocido reiteradamente a lo largo de estas semanas en todos los ámbitos. Este correcto funcionamiento implica una actividad consciente y racional sobre diversos frentes.

Es necesario garantizar la calidad en todos niveles productivos de la cadena alimentaria: en la obtención de las materias primas agrícolas y ganaderas, en su transformación y en los sucesivos procesos de distribución hasta llegar al consumidor final y en todas las infraestructuras necesarias para garantizar el funcionamiento eficiente del sistema.

Durante las últimas décadas, en los países de nuestro entorno hemos vinculado la seguridad alimentaria a la calidad, a la ausencia de sustancias potencialmente peligrosas para la salud humana y a las cualidades nutritivas de los alimentos; habíamos dado por sentado que la disponibilidad estaba garantizada gracias a la globalización.

En los primeros días del estado de alarma nos topamos de golpe con el problema de la seguridad alimentaria en su vertiente cuantitativa. Con los lineales de los supermercados vacíos nos preguntamos si los volveríamos a ver llenos. Afortunadamente, así ha sido: pronto se ha restablecido la cantidad, quizás con algunas menos prestaciones, pero en general sin transmitir sensación de desabastecimiento.

Somos capaces de preguntarnos cómo un sector que unos días antes se estaba manifestando por atravesar una de las peores crisis económicas de los últimos años ha podido reaccionar y mantener el abastecimiento. Se ha conseguido que los medios de comunicación se interesen y nos hagan sentir orgullosos del esfuerzo realizado por agricultores, ganaderos, empresas de transformación y distribución, etc. Que los problemas de recolección de la fruta sean un argumento de primer página indica que el sector agroalimentario es percibido como estratégico.

Desde nuestra organización siempre hemos defendido y potenciado el carácter estratégico para la economía española del sector agroalimentario, y ahora que el conjunto de la sociedad empieza a valorarlo, nos da la impresión de que nos vamos a quedar en el folclore de los aplausos a las ocho de la tarde y poco más.

No se ha valorado en qué se basa la capacidad de respuesta: las plantas y los animales destinados a producir alimentos no crecen espontáneamente en el campo, ni de un día para otro. Se necesitan meses, y en muchos casos años, para que sean útiles, se necesitan instalaciones para garantizar su crecimiento en condiciones adecuadas, se necesita agua y energía para romper los ciclos climáticos y disponer de alimentos frescos durante todo el año, se necesitan equipos para garantizar que crecen sanos, se necesita mano de obra especializada para su recolección, su faenado y su adecuación para la distribución.

Todas estas necesidades se traducen en una ingente inversión en capital físico y en capital humano, lo que ha garantizado la respuesta eficiente del sistema. Y esa inversión tiene que mantenerse y adaptarse a las necesidades que impone la incorporación de tecnologías para hacer mas eficiente si cabe el funcionamiento del sistema, que ha respondido porque estaba preparado: las inversiones emprendidas han permitido su respuesta. Sin ellas, el sistema habría colapsado, como ha estado a punto de hacerlo el sanitario, que necesitará meses para adaptarse a la demanda y reducir nuestra dependencia de las importaciones.

Si a una industria altamente tecnificada le resulta difícil reconvertirse, la reconversión de las producciones agrícolas y ganaderas hubiera sido imposible: reconvertir una parcela y ponerla en producción requiere un mínimo de un año, por no hablar del volumen de inversión que se necesita.

Si en la salida de la crisis nos olvidamos de prestar la debida atención a las necesidades de mantenimiento y adecuación de la capacidad productiva del sector, incluida la necesaria inversión en capital humano, en la próxima crisis lo lamentaremos.