Me atrevo a pensar que de nada nos sirve a la sociedad civil si ustedes, a quienes les hemos diputado la responsabilidad de procurar lo mejor para el conjunto de los ciudadanos y solucionar nuestros problemas, nos halagan día tras día diciéndonos que nuestra conducta es ejemplar, que gracias a nuestro esfuerzo cumpliendo con todo rigor el confinamiento, sin mirar el color político de quienes lo ordenaron, estamos superando, sin que nos falten dudas, el envite de la pandemia. Sí, la ciudadanía ha sabido, sabe, estar a la altura de los tiempos. ¿También ustedes?

A las 20.00, desde hace ya un par de meses, puntuales, abrimos ventanas y balcones para aplaudir, para sumar, para encontrarnos con nuestros convecinos y convecinas. A nadie le preguntamos ni nadie nos pregunta cuál es nuestra ideología, todos nos tratamos como afines, con dignidad, con el respeto que nos merecen cada una de las personas que ha fallecido como consecuencia de esta pandemia, de cuántos han enfermado, y con este gesto expresamos infinita gratitud a cuantos, aún en riesgo su salud, auxilia, reconforta, recupera, atiende, sana a tantos miles de afectados.

Esos pocos minutos de aplausos están cargados de simbolismo, es la forma que en estos momentos tenemos los ciudadanos de decirles, a cuantos tienen la responsabilidad política, que nos oigan, que sean capaces de escuchar, que ustedes no están ahí por sus méritos, que su escaño no lo ganaron en unas «oposiciones», sino en unas elecciones, no lo olviden, ni nos olviden.

¿No les avergüenza los bochornosos espectáculos que estamos viendo en el Parlamento español desde que empezó la pandemia? Así, frente a una ciudadanía que, unánime y ejemplarmente, como ustedes mismos reconocen, está comprometida en la recuperación de la salud del conjunto de los ciudadanos, que vive con desazón cómo resolveremos el problema económico y social que se nos avecina, algunos de ustedes, que dicen mirar por los intereses de los españoles, los están ignorando, o los pretenden instrumentalizar sin importarles la dignidad de los mismos. Les importamos poco, ustedes a lo suyo, que debería ser lo nuestro; pero no, es lo suyo.

La sociedad civil, en su inmensa mayoría, ya salió de la minoría de edad, es capaz de dialogar, de pensar por sí misma, ha ido interiorizando, a lo largo del tiempo, el «atrévete a saber» kantiano, e igualmente, puede que, sin saberlo, viene practicando, y cada día con más fuerza, aquello que Aristóteles llamó «amistad cívica».

Insisto, en estos momentos en los que tantos parabienes hemos recibido de ustedes, solo les pido que sean capaces de reciprocar, que respondan a esta acción cívica que venimos manteniendo desde que se decretó el estado de alarma, con otra semejante: piensen y, en consecuencia, actúen movidos por el bien común. Nosotros, los ciudadanos, les hemos oído y por encima de cualquier interés familiar, de grupo, de profesión, de credo, de edades. Hemos antepuesto el bien común y, en ello, no lo duden, persistiremos cuanto tiempo haga falta.

Les pedimos reciprocidad. El 90% de la población les hemos dicho que, al margen del nombre que se le quiera dar, deben y tienen la obligación política y moral, aparcando los intereses partidistas, de procurar por el bien común, de llegar a un gran pacto de Estado que nos ayude a salir de esta situación sanitaria, económica y social, como nunca antes la habíamos tenido.

¡Oigan lo que les exige la ciudadanía! Tengan la imaginación, la sabiduría, el corazón y el coraje suficiente para llevarlo a cabo. Si lo hacen, ¿saben quiénes van a salir beneficiados? Sí, precisamente aquella gente a quienes ustedes representan: la ciudadanía. Si, por el contrario, son incapaces, los ciudadanos tomaremos buena nota de quiénes no lo hicieron posible, y con ello pusieron la democracia en riesgo, y, lo que es peor, nuestras vidas, nuestro bienestar.

Confiamos en sus mentes y en sus corazones para que sepan y quieran reciprocar. Ya ven, el conjunto de la ciudadanía hemos estado a la altura de las circunstancias, no esperamos menos de todos ustedes.

Aunque ya lo sepamos, e incluso lo hayamos leído y oído muchas veces, no sin envidia, traigo a colación las palabras que Rui Río, jefe de la oposición, le dirigió en el Parlamento Portugués, al jefe de Gobierno, António Costa: «Señor primer ministro, todo lo que podamos le ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte».»¡Ay, Portugal, por qué te quiero tanto!», cantaba la tuna.