El 14 de marzo de 2020 pasará a la historia por muchas cosas, todos nos acordaremos de dónde estábamos o lo que hacíamos ese sábado y ese viernes, y lo que nos pasó por la cabeza en el momento en el que el Presidente del Gobierno anunció el confinamiento.

Será una instantánea fija para siempre en nuestra retina, será una huella vital imborrable. Habrá personas que desde ese día hayan tenido que afrontar situaciones muy complicadas a nivel personal o a nivel laboral. Habrá personas cuyas vidas nunca más recuperarán la normalidad, y por supuesto, habrá otras a las que esta situación no les afectará, aunque en mi humilde opinión, serán los menos.

Y esa es una de las cosas que me rondan en la cabeza, que haya personas a las que esta situación no les haya afectado, personas a las que su empatía o la falta de ella les haya permitido salir indemnes de toda esta situación. Me obsesiona un poco lo que esa falta de empatía ha provocado en estos dos meses, y me obsesiona porque pese a ver el comportamiento generoso de cientos de miles de personas, el egoísmo sigue muy presente en nuestra vida, en nuestras ciudades, en nuestros municipios.

Pese al comportamiento más que altruista de la ciudadanía y a su sacrificio absoluto durante más de 60 días, hemos seguido viendo y aún más si cabe estos últimos días, comportamientos de ciudadanos y formaciones políticas que enarbolan la bandera del «mi», «yo» o «lo nuestro» como herramienta para defender sus ideales. Enarbolan el egoísmo de estos poco empáticos ciudadanos para manipular un concepto de libertad falso y totalmente al servicio de los egoístas del «yo» primero.

Somos una nación que ha pasado por uno de sus peores momentos y no podemos ni debemos permitir que lo que surja de este renacer sea una división aún mayor entre egoístas y generosos, entre poco empáticos y mujeres y hombres que han sacrificado su vida por todos nosotros. Somos un país que debería salir de esta situación unificado para afrontar los próximos años y la crisis sanitaria y económica que se nos viene encima, y no salir como lo estamos haciendo, con desgarros internos producidos por los estirones del egoísmo de unos pocos, y que intentan agigantar esos desgarros convirtiéndolos en carnaza política.

La política debería servir a la ciudadanía para sentirse segura ahora mismo, para poder confiar en absolutamente todos sus representantes y saber que pese a sus diferencias, van a trabajar codo con codo para tenernos a todos protegidos y a salvo del futuro, a salvo de recaídas, a salvo de una crisis económica, porque las vidas están por encima de todo, como así lo han expresado algunas formaciones. Pero no, sigue existiendo la España rota, la España de los dos bandos, la España que unos pocos intentan que no desaparezca para así seguir ganando sus pequeñas guerras y sus miserias.

Nuestro futuro depende de nuestra fuerza para sobrepasar y arrollar a una minoría que solo piensa en sí misma, en sus privilegios, para poder construir un futuro de generosidad y esfuerzo en el que todos tengan cabida, con igualdad, con derechos, con protecciones, con justicia. Esta pandemia es lo que nos debe enseñar humildad ante el colectivo, ante la sociedad, que ha sido capaz de tirarse a la espalda a su país, y llevarlo hacia adelante liderado por sus gobernantes. Este confinamiento nos debe enseñar que juntos, somos capaces de todo, que juntos podemos con todo, y que juntos, vamos a trabajar para que nuestro futuro sea mucho mejor que estos micropresentes, que algunos se empeñan, sin mucho éxito, en hacer estallar día a día a la cara de la ciudadanía.