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Sobra gente

Sobra gente. Un amigo me lo suele decir medio en broma. La idea ha empezado a calar medio en serio. Siempre ha habido gente a la que le sobraba gente. Nunca eran ellos mismos, por supuesto, sino gente de otra raza, religión o ideología. Ahora ya sobra gente como concepto demográfico; Malthus, nuevamente vindicado en su teoría de que los recursos no aumentan al mismo ritmo que la población. En los países pobres se nace demasiado, aunque se muera pronto, y en los países ricos se vive demasiado, aunque se nazca poco. En este preciso instante coincidimos sobre el planeta el 14% de todos los seres humanos que han existido desde hace 2,5 millones de años, aglomerados y a la vez mal distribuidos.

Sobra gente, en resumen, pero no sobra todo el mundo a la vez ni de la misma manera. En los países pobres la gente sobra como individuos y no tanto como masa. Son mano de obra barata y un mercado cautivo. En los países pudientes sobramos por nuestra manía de vivir más de 75 años, como lamentaba Ezekiel Emanuel, asesor de salud durante la presidencia de Obama. Detrás de su "Yes we can" se ocultaba nuestro "hai que ir morrendo".

La gente sobra, pero es terca y siente que hace falta. Tenemos codificado el instinto de supervivencia en nuestros genes. No podemos dejar de respirar aunque lo intentemos. Nuestro cuerpo lucha siempre por el siguiente latido. El suicidio se admite como excepción personal o cultural. Lo propio es intentar vivir al menos un día más. Tremenda impertinencia que el sistema ya no soporta.

Lo cierto es que vivimos cada vez más e incluso con mejor salud en cierto modo, aunque como enfermos cronificados. El anciano consume escasamente, pero mucho en medicamentos. Las farmacéuticas nos sostendrán mientras les resultemos rentables. Nos abandonarán cuando el Estado o nuestros bolsillos hayan quedado esquilmados.

El efecto mariposa teje los intestinos del capitalismo. Un bróker aletea en Wall Street y un obrero se arruina en Daca. La crisis de 2008, que estalló por la codicia especulativa y el descontrol financiero, repercutió sobre todo en los trabajadores. Se deterioraron nuestras condiciones laborales y encima se nos reprochó el despilfarro: burros y apaleados como en las purgas estalinistas, donde se conminaba al represaliado a admitir su culpa ficticia antes de fusilarlo. No debemos descartar que esta pandemia acelere la privatización de la sanidad, pese a la contradicción. Pero al fondo asoman las pensiones, que son la siguiente trinchera.

Vivimos más, nacemos menos, el trabajo escasea y los sueldos bajan. La aritmética nos obliga a la reforma. Los que se alimentan de nuestras angustias no se conformarán, sin embargo, con retrasar la edad de jubilación o endurecer los criterios. Galopamos hacia una sociedad en la que la caridad sustituirá a la solidaridad fiscal, como ya sucedía antaño. En la película In Time, las personas cobran y gastan en tiempo. Mueren cuando se les agota. Quizá la jubilación consista en calcular cuánto podremos durar con lo ahorrado. Una píldora misericordiosa nos aguardará tras el último céntimo. Podemos creernos imprescindibles, ya sea en la oficina o en la existencia. De nosotros decretará alguien, más antes que después: "Es gente que sobra".

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