Hace decenas de miles de años, hubo alguien, seguramente al calor de un fuego en el refugio de la cueva que acogía a su grupo, que se le ocurrió hacer sombras sobre una pulida pared, imitar a un determinado animal, o tal vez parodiar a un miembro de su propio clan con la única finalidad de hacer más llevaderas las horas de inactividad. Muchos siglos más tarde, griegos y romanos se dieron cuenta de que entretener al pueblo era beneficioso para la vida en sociedad y no dudaron en construir impresionantes espacios con el fin de contar historias o ensalzar las glorias de sus antepasados a través del buen hacer de unos entusiastas y afanados cómicos. Pero cuando el imperio romano desapareció, con él desapareció el teatro. Mil años de oscuridad. Afortunadamente, siempre ha habido gente necesitada de contar nuevas historias, aunque fuese en la plaza de un mercado o en la escalinata de una iglesia. Solo siglos después se consiguió volver a tener lugares dedicados al muy ilustre y apasionado arte de Talía, gracias al aprovechamiento de unos espacios comunes entre viviendas a los que llamamos corralas. Y a pesar de que no era santo de devoción de los religiosos y absolutistas de turno, el Teatro ha continuado subsistiendo hasta nuestros días porque la libertad que transmitían nunca pudo ser amordazada. Es más, una buena parte de aquellos teatros de piedra construidos por griegos y romanos continúan siendo, dos mil años después, lugares de culto teatral.

Hoy pasamos por momentos difíciles, y posiblemente aún sean peores los que se avecinan, pero nos guía la esperanza y nos sobra el entusiasmo necesario para superar esta situación. Hoy no les pedimos a las autoridades que hagan un gran desembolso construyendo teatros de piedra para entretener al pueblo ¡Ya están construidos! Solo les pedimos que hagan lo necesario para que no se destruyan. Nos dicen de abrir limitando el aforo a un 33%: Perdonen, pero no se puede sostener. No somos cine que podamos hacer cinco o seis pases en un mismo día durante siete días a la semana; somos personas, en directo, delante de una costosa infraestructura que lo hace posible. No ofrecemos un servicio donde la gente pueda entrar y salir continuamente. Mis queridas autoridades: ¿Qué hacemos con el 66% restante? ¿Podrían ayudar de alguna forma a subvencionar esa parte, por mínima que sea, pero que resultara rentable? Les digo que hay mil formas de poder llevarlo a cabo. Por favor, hablen con los propietarios de los teatros. Porque si fuese así, las puertas de los teatros volverían a abrir, los carteles con la programación a colgar de sus fachadas, las compañías volverían a tener actividad, los dramaturgos a estrenar, los técnicos a tener trabajo, y la ilusión de llevar a cabo y ensayar un nuevo proyecto haría que no cundiera la desmoralización, ni que el teatro se desmorone.