A tres meses de una pandemia global, el coronavirus ha cambiado la fisonomía del país. O si prefieren, la cara. Las máscaras están cambiando la forma en que nos miramos. El enmascaramiento ha alterado el paisaje de la expresión humana en un momento en que la gente se mira con ansiedad para buscar signos de compañerismo, esperanza y peligro.

Después de meses de titubeos, con freno y marcha atrás, las mascarillas han pasado a ser obligatorias. Debido a la escasez, y antes de que se supiera que los propagadores asintomáticos eran un alto porcentaje de los casos, en un principio se pensó que la población no debía usarlas para preservar las que sólo estaban disponibles para los trabajadores de la salud.

Como eran muchos a propagar el virus -sin saberlo-, los epidemiólogos cambiaron su posición anterior y recomendaron al público que las usara. La necesidad de las máscaras se manejó mal y es probable que haya llevado a muertes innecesarias.

El diseño básico de las máscaras médicas no ha cambiado mucho en más de un siglo. Las fotos de la pandemia de la mal llamada 'gripe española' (1918-1920) muestran a gente, elegante, usando un diseño similar a los que se estilan ahora: tela redondeada o plisada, con lazos detrás de la cabeza o bucles detrás de las orejas.

Tanto las marcas de alta gama como las de mercado masivo están tratando la máscara como un accesorio, repensando los materiales y la forma de la protección facial. Una máscara cubre parte de la cabeza, como un simple sombrero rojo. Pero las máscaras, que no dejan de ser otra pieza de ropa, dominan. Y todo lo demás se convierte en accidental.

Un profesor de diseño de accesorios ha avanzado que una forma moldeada superará a la máscara plana de tela: "Serán como los sujetadores de las mujeres".

El distanciamiento social puede no quedarse para siempre, pero las máscaras, quizás, estén con nosotros indefinidamente, empañando nuestras gafas, cambiando la forma en que vemos y nos dejamos ver; no en vano nos sentimos más cómodos cuando somos capaces de evaluar cómo es alguien.

Mientras los hospitales se quedarán con las que no tienen adornos, bufetes de abogados, auditoras y minoristas de servicios preferirán máscaras de alta calidad con sus logotipos bordados. De ese modo, las caras se convertirán en vallas publicitarias. Claro que, en la 'nueva normalidad', para los que usan gafas, la pérdida de identidad puede ser menos preocupante que la comodidad.

La máscara ha inspirado la creatividad, ha unido a la gente en la sensación de estar amordazado y ha introducido una experiencia que todo el mundo espera con impaciencia: la sensación de liberarse, por fin, de la máscara. Como he escuchado a una mujer empoderada: "Esa misma sensación de arrancarte el sostén o quitarte los tacones".

Pronto, las máscaras se convertirán en tecnología de punta, en la medida en que su diseño incorporará tecnología para informar sobre el rastreo de contactos o para notificar a las personas -con un suave pitido- cuando alguien se acerca demasiado.

El distanciamiento social es una ventaja porque desalienta a los hombres de invadir el espacio personal de las mujeres ("como mujer que, a menudo, recibe atención no deseada de hombres que no conozco y con los que no tengo interés en hablar, me gusta mucho el anonimato de llevar una máscara").

Un inventor israelí, estos siempre en la vanguardia (¡oh, por dios!) de la innovación, ha desarrollado una máscara mecánica con una boca que se abre y se cierra, permitiendo a la gente usar una máscara mientras come en restaurantes. Y parece previsible que tendremos máscaras transparentes antes de que nos demos cuenta.

Al tiempo que pensamos en lo que está fuera de nuestra propia caja sensorial, privilegiada, no podemos olvidar a los millones de personas en todo el mundo que tienen problemas de visión o de ceguera y/o problemas de audición o sordera.

El uso de la máscara crea desafíos ("nunca pensé que me acercaría a una cajera de banco pidiendo dinero con una máscara puesta"), pero también oportunidades de aprender nuevas formas de comunicación o de mejorar las existentes. Usar máscaras debería, al menos, detener ese lloriqueo liberal sobre el reconocimiento facial.

Tal vez esto traiga de vuelta el contacto visual, esas ventanas al alma, siendo los ojos las ventanas y espejos del espíritu. De todos los rasgos faciales, los ojos pueden ser el más importante, y a medida que nos adaptamos y aprendemos a relacionarnos con otros a distancia (usando máscaras para protegernos a nosotros mismos y a los demás), se ve con más nitidez la amabilidad, la empatía y la bondad que tan a menudo comparten tantos ojos y expresiones oculares inusitadas.

En los más de dos meses de Estado de Alarma, el Gobierno ha pasado de decir que «no es necesario que la población use mascarillas» a publicar una orden en el BOE que convierte su utilización en obligatoria en todos lugares cerrados y en los públicos cuando no se pueda respetar la medida de seguridad de dos metros.

Los que se niegan a la mascarilla hacen una declaración política, que recuerda la de aquellos que se negaban a usar el cinturón de seguridad. Tenían miedo de "quedar atrapados", y eso les irritaba, ante lo cual esgrimían razones para saltarse la norma: incómodo, desarreglo de la ropa, demasiado corto/alto.

El antecedente de las actuales mascarillas médicas son las que utilizaban aquellos doctores que curaban a enfermos de peste negra. Contaban, como protección, con sustancias aromáticas (ámbar, menta o alcanfor) y asemejaban un pico buitre.

De alguna manera, también eran ventanas al alma.