Mecientemente escribí un artículo replicando información de la ONU Mujeres en referencia al triple impacto, daño o golpe que el coronavirus causa a las mujeres: por su exposición, debido a que son alrededor del 70% de las profesionales que trabajan en la atención al público de los sistemas sociales y de salud, por su rol de cuidadoras y por la violencia de género en el periodo de confinamiento.

Inmediatamente me llegaron algunas aguerridas críticas, a las que, por supuesto, no respondí. Una de ellas era que, aunque, el artículo era legible, se trataba de un bulo, por lo menos el título: El coronavirus daña el triple a las mujeres: por la salud, por el rol de cuidadoras y por la violencia de género, porque los que más mueren por el COVID-19 son los hombres. Otra de las reprobaciones, en el mismo sentido, que los que más mueren por el COVID-19 son hombres; pero también, ya que yo hacía referencia a que debido a la redirección de los servicios sanitarios esenciales no se estaba haciendo la prueba de prevención del cáncer de mama, que los hombres también van a tener problemas por falta de prevención del cáncer de próstata; así, consideraba que mi artículo era una exhibición de cómo la ideología puede imponerse al rigor.

Yo solo estaba hablando de las mujeres y algunos señores se han sentido inmediatamente ofendidos, porque en el artículo en el que quiero visibilizar algunas de las razones por las que las mujeres son más vulnerables al coronavirus, no digo que los varones mueren más, ni que a ellos no se les hace tampoco la prueba de prevención de próstata. Qué mal llevan algunos no ser mencionados siempre, en todo momento y en todo lugar.

Ellos que han invisibilizado, silenciado y despreciado las aportaciones de las mujeres a lo largo de la historia, ¿dónde han estado las mujeres en la ciencia, la política, las artes, el deporte, la literatura y en tantas y tantas materias que ahora, gracias a algunos trabajos de investigación con perspectiva de género, empiezan a ver la luz? El trabajo de rastreo de las obras de las mujeres no es fácil. Algunas de ellas las firmaron con el nombre de sus parejas, como la escritora María Lejárraga o de su hijo, como Concepción Arenal o con seudónimo masculino, como Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, Mary Ann Evans, Amantine Dupin o, incluso, anónimamente, como Jane Austen, lo mismo pasa en las demás disciplinas.

Aún ahora, y a pesar de la ley de igualdad efectiva entre mujeres y hombres de 2007, las mujeres son más que minoritarias en los puestos de decisión: recuerden las últimas elecciones a la presidencia del gobierno del estado español, a mí no me gusta, pero en términos de futbol fue un 0 a 6 (Pedro, Pablo, Pablo, Albert, Iñigo y Santiago), ¿no? Otro tanto pasa en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos, ha mejorado un poco sí, no suficiente y qué dicen del IBEX 35 y en las Reales Academias, las mujeres siguen brillando por su ausencia.

Visibilizar la situación de las mujeres es ideología. ¿Es ideología el sistema sexo/género y no una realidad que subordina a una parte de la humanidad para que la otra goce de privilegios y se apropie del cuerpo, trabajo y descendencia? Como la vida misma.

No me sorprendo, no soy ingenua, ya tengo unos años, soy profesora y cada curso experimento y veo como el estudiantado, ellas y ellos, ya han asumido como normal ser nombrados siempre en todo momento y en todo lugar o no ser nombradas nunca. De hecho, si hablo en masculino nunca nadie dice nada, ni ellos, ni ellas. Sin embargo, si lo hago en femenino, ellos dicen: pero cómo estás hablando, nosotros estamos aquí. Incluso en el debate al respecto, algunas de ellas están de acuerdo y no consideran que se las invisibiliza ni se las excluye, ellos sí. Unas y otros han sido bien socializadas/os en el sistema sexo/género. Ellos están acostumbrados a ser nombrados, ellas a no serlo, así es el lenguaje dominante, dominante como el patriarcado y su ideología machista.

Permítanme que les cuente una anécdota, que me ha pasado en más de una ocasión: algunos de mis estudiantes, después de acudir a una manifestación del 25 de noviembre contra la violencia hacia las mujeres me dicen enfadados: «no iré más a una manifestación organizada por las feministas, y eso que yo estoy de acuerdo con ellas, por eso me puse delante, vinieron a echarme, no querían que los chicos/hombres estuviesen allí». Después de la pancarta de cabecera, es el espacio no mixto, les tuve que explicar. No puedes pretender, por mucho que estés de acuerdo con ellas y contra la violencia hacia las mujeres, ir por primera vez y querer llevar la pancarta, es su día, ellas deben ser las protagonistas. Estaban enfadados, no les dejaron estar delante, no les dejaron ser protagonistas, no sé si terminaron de entender mi explicación.

Visibilizar las realidades de las mujeres no es rigor científico, es ideología. Invisibilizarlas, silenciarlas, devaluarlas y despreciar sus aportaciones, que es lo que han hecho los sistemas sexo/género o los patriarcados a lo largo de los siglos sí es rigor científico. Que el sistema de género es un conjunto de estructuras socioeconómicas y políticas que mantienen y perpetúan los roles tradicionales masculino y femenino, así como lo clásicamente atribuido a mujeres y a hombres es una realidad tan universal como histórica.

Entre otras, el sistema sexo/género tiene consecuencias físicas (a la que denominamos sexo); psíquicas (no es lo mismo desear, que desear que te deseen, ni ser cojonudo o ser un coñazo); sociales (las relaciones sociales se hallan organizadas de manera que se imponen unas reglas de reparto de las distintas actividades y posiciones); culturales (el sistema patriarcal); políticas (no hay igualdad de género en ninguno de los poderes políticos); y económicas (siguiendo datos del Instituto Nacional de Estadística, las mujeres de prácticamente todas las edades tienen más riesgo de pobreza que los hombres, también son menos autónomas económicamente debido a la división sexual del trabajo y a la obligación de realizar el trabajo reproductivo, en muchas ocasiones incompatible con el mercado laboral, que encima las penaliza).

Así, el sistema sexo/género organiza y rige la asignación de posiciones sociales conforme a la lógica de la división sexual del trabajo. Mediante la misma se da por sentado que las actividades de cuidado inmediato de la vida humana, sea en el ámbito doméstico o en el mercado, sean propias de mujeres, y las actividades relativas a la producción de bienes, a la administración de la riqueza, sean asignadas a los hombres.

Y ni que decir de todas estrategias y tipos de violencia: física, psíquica, sexual y económica que a lo largo de la historia ha utilizado tanto el sistema patriarcal como algunos maltratadores, en particular para subordinar a las mujeres, sin que nadie se disculpe por los milenios de sufrimiento y dolor. Deberían agradecer que queramos igualdad y justicia y no venganza.