El viaje en el metro es silencio. Con miradas cabizbajas y de reojo observamos el artilugio que protege el rostro de los otros viajeros. Mantenemos la distancia y los espacios que estratégicamente están señalizados para que nadie los ocupe. Miradas tristes, pensamientos errando, escuchando música y wasapeando. A lo largo de ese viaje a través del confinamiento y aislamiento, mejor aprovechar el tiempo para reflexionar que para lamentarse. Preguntarse acerca del tiempo que invertimos en ser solidarios, más generosos con los demás y cuánto tiempo dedicamos a luchar contra los pensamientos negativos y las personas tóxicas, porque quiero ser el capitán de mi vida y no uno más.

Una reflexión que nos mueve a levantar la mirada y a agudizar el oído porque hay luz más allá de lo que vemos, más allá del silencio; porque ahora huele el aire que respiramos; porque respiramos y sentimos que el aire penetra en nuestros pulmones. El azul del cielo se puede ver y las nubes que caminan en silencio. Los pájaros atraviesan la ciudad porque son los dueños del espacio sin humo y sin contaminación. Hasta los vecinos podemos escuchar susurrar en el silencio de la noche.

Durante el confinamiento ha triunfado la comunicación tecnológica, hemos pasado del homo sapiens al homo digitalis, dejando atrás los abrazos, miradas, gestos y palabras endulzadas con un café o unos pinchos de tortilla de patata. Ahora comenzamos a salir a la calle a pasear, a hacer deporte y sobre todo a compartir el aire que respiramos y nos rodea.

Las mascarillas que ocultan una parte de nuestro rostro nos protegen del enemigo: la Covid-19. Las mascarillas alivian miedos, protegen del enemigo público número uno, y detrás de ellas hay personas. Esto no debemos olvidarlo. Hablando de olvidos y de personas, no me parece correcto las manifestaciones que algunos insensatos e insensatas, embadurnados de nuestra bandera nacional, se saltan las normas sanitarias vigentes en este estado de alarma al salir a la calle a manifestarse. No es una cuestión de libertad de expresión - por mí que se expresen todo lo que les dé la gana- es una falta de respeto a la vida de los demás. Respetar el confinamiento es una cuestión de civismo y de patriotismo sanitario. Las normas sanitarias son para todos/as y, por lo tanto, se deben cumplir. Ese grupo de personas, cacerola en mano gritando consignas contra el Gobierno de la nación, no han respetado ni el distanciamiento, ni el protocolo de las fases, como todos los demás ciudadanos cumplimos. La actitud incívica de estas personas y de algunos representantes políticos de la derecha española delatan sus intenciones maquiavélicas, por ser egoístas y partidistas, durante el trágico momento que estamos viviendo. ¿Quién se merecería una cacerolada?: ¿los que organizan botellones, salidas en masa, los que no respetan el distanciamiento ni los horarios de paseo, los que piden precios abusivos por mascarillas y guantes €?

Afortunadamente la inmensa mayoría de ciudadanos respeta las normas y sale cada tarde, desde sus balcones y ventanas, a reconocer y a agradecer con aplausos la dedicación, la entrega y la valentía de todo el sector sanitario. No cabe ninguna duda de que sin ellos y sin ellas no saldremos de esta pandemia.