«¿Quan guanyarem la calma? No tenim,

per ara, temps ni d'ordenar les veus,

sempre impel—lits per tots els vents brutals,

sempre romeus d'una esperança hostil»

Miquel Dolç. Octubre, 1975

Nerón Claudio César , emperador de Roma, adelantó dos años la 211 Olimpiada, el 67 d.C. Quiso hacerla coincidir con su traslado a Grecia. Nerón brilló por sus victorias y en la pasión por la competición olímpica en la que participó. Amó sus residencias. Destaca la Domus Aurea, entre colinas romanas, frente al Coliseo y el Circo Máximo. Mansión decorada en oro, edificada con esplendor mayestático. Dominaba Roma desde las alturas, mientras admiraba Grecia. En el ocaso de 2019, durante un periplo por el Peloponeso, visité Olimpia, donde, los atletas se convertían en dioses. Junto a los efluvios de los oráculos. Roma y Grecia-parte y todo- son la base de la aculturación occidental. La Villa de Nerón en Olimpia, junto al Estadio, era significada y octogonal. Quedan sus vestigios. Reducir la memoria de Nerón a que alimentaba su petulancia con la persecución y sacrificio de los cristianos, es un tópico, propio de folletines de sacristía.

Interrogantes

Los valencianos se preguntan si las dos acciones notorias del arzobispo de València, cardenal Antonio Cañizares (Utiel, 1945), se homologan con el discurso del papa Bergoglio -el Pontífice jesuita que disgusta al ultramontano Santiago Abascal- u obedecen a la internacional integrista que invade con pasquines las calles de Roma. Ciudad caprichosa, en abierta campaña anti-papa de los disidentes curiales. El incidente gratuito con motivo de la fiesta de la Verge dels Innocents i Desemparats y las declaraciones, nada fraternales, del prelado sobre los refugiados sirios. Los desalojados que llevan sobre sus espaldas pena de exilio. No hacía ninguna falta, en tiempos de pandemia, abrir las puertas de la basílica para que los fieles conectaran con la devoción mariana. Acostumbrados a orar genuflexionados por los ventanos en el carrer de la Llenya y desde su intimidad.

Cumplir

No es la primera vez que un acontecimiento banal contraría al cardenal Cañizares y enciende su ira epistolar. En esta ocasión arremetió contra el concejal de Policía, Aarón Cano. El edil se atrevió a sugerir que la apertura para mostrar la imagen venerada podría provocar la aglomeración de personas sin respetar la distancia mínima entre ellas, decretada por el Estado de Alarma. Quizás confluyeron dos excesos de celo. El respeto escrupuloso de las restricciones sanitarias por parte del edil del Ayuntamiento y la reacción desmedida del cardenal. En una filípica que compara al político socialista con Nerón, que, según las crónicas, perseguía y martirizaba a los cristianos en la Roma imperial.

El báculo por la culata

Dos errores. Uno por provocar, el del cardenal. Otro al entrar al trapo, por parte del concejal. El alcalde, Joan Ribó, con más horas de vuelo, eludió el dardo episcopal -que sin duda iba para él- y pasó página. Conoce la vocación polemista del prelado y al venir de comunidades cristianas de base, sabe que con las devociones, lo mejor es dejarlas pasar. Se elevan solas. La hipérbole es comparar al edil Aaron Cano con Nerón. Y al cardenal y a su camarilla con los cristianos que el emperador romano perseguía. Sabemos que a Antonio Cañizares le gusta la pompa. El báculo, signo de función pastoral. Cayado arzobispal culminado en dos cruces y símbolo de las virtudes cardinales. Así como la vestimenta arcaica, dotada de cola, confeccionada en seda púrpura. Con capucha y cinco metros de longitud. Requiere un lacayo para alzarla y transportarla sin percances. Falta saber si la Virgen y Cristo hubieran querido abrir las puertas de la basílica para originar el barullo y la polémica. Se conoce el fervor que rodea al traslado de la imagen venerada, la «descoberta» y la densa «Misa d' Infants». Pero este año, por razones obvias, no tocaba tensar las emociones. Resignarse al ejercicio pastoral de las virtudes cardinales. En la liturgia que va de los creyentes a las instancias celestiales, sin intermediarios.

Extrema derecha

Más inconvenientes fueron los comentarios, ya en el ideario que exhibe públicamente el cardenal sobre la «amenaza» de la inmigración y los refugiados sirios. Saltó Ximo García Roca, miembro y portavoz de «Rectors del dissabte», organización de curas progresistas. Lo dijo claro: «Las palabras de Cañizares son antievangélicas y se sitúa con ellas fuera de la Iglesia Católica, con actitudes racistas y xenófobas». El alcalde de València, Joan Ribó, discreto con la devoción de la «geperudeta», aclaró que las declaraciones de Cañizares sobre los refugiados eran «palabras profundamente desafortunadas, con las que se ha colocado en la extrema derecha de la insolidaridad».

Vía Augusta

Entran en contradicción con el sentido pastoral del báculo cardenalicio, cuya misión es ejercer de bisagra entre el papa, la jerarquía y los fieles. El «cardo latino» es centro de la vida civil romana, cuyo trazado subsiste en Hispania, provincia de Roma y en la vía Augusta. La que en València va desde la Cruz Cubierta -sobrepasa sant Vicent de la Roqueta, Extramurs- hasta la puerta barroca de la Catedral, llamada de los Hierros. Entre las virtudes cardinales destacan la prudencia y la templanza. Aquí, silencio.