H an pasado más de dos meses desde que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretó el estado de alarma, un sábado 14 de marzo en el que la mayoría de nuestras agendas se preparaban para las Fallas, la Magdalena, nuestras fiestas patronales en honor a San Pascual o la Semana Santa. Todas se suspendían y sin ellas una parte de nuestra dimensión social-emocional y espiritual lloraba, y miles de puestos de trabajo perdían su sentido con el consiguiente drama económico y social.

Y lo que empezó como una alarma de 15 días, poco o nada discutida por nadie, se fue prorrogando en el tiempo y nos obligó a diseñar y construir, en tiempo récord, un nuevo estado de derecho. Lo que costó 42 años, ahora un marco nuevo en dos meses, que nos proporcionara una mínima seguridad jurídica y eficacia.

Hospitales desbordados y sus sanitarios exhaustos. El ejército y las fuerzas y cuerpos de seguridad imparables ayudando en la calle; miles de seres humanos fallecidos sin tan siquiera poderse despedir de sus familiares; ciudades desiertas y en silencio; empresas y comercios cerrados. Familias que necesitaban y necesitan ayuda social. Unos ciudadanos y ciudadanas ejemplares, que cumplieron con las recomendaciones sanitarias y se quedaron en casa. Éste era el desolador paisaje de las primeras semanas de esta crisis que estamos viviendo.

Entonces, ¡todos a una, como en Fuenteovejuna! Todos apoyaron al presidente y al Gobierno en el mando único, porque también ellos sabían que mantener el estado de alarma era, y es, la mejor garantía de que, desde el estado de derecho, podremos dar respuesta de forma eficaz a la amenaza del dichoso coronavirus.

Mucha gente de buena voluntad me decía: «qué ejemplo están dando los políticos», «todos unidos, ya era hora», «primero hay que vencer al virus y luego ya se dirán lo que se tengan que decir». ¡Qué sentido común!

Pero sólo era una ilusión fruto de la buena intención humana.

Atacar con el Palacio de Hielo de Madrid convertido en una gran morgue, con los pasillos de algunos hospitales repletos de pacientes esperando para ocupar una habitación, con los ciudadanos en casa, sin poder salir más que a por lo estrictamente necesario, sabían que era un error. No es que quisieran ayudar al Gobierno, sencillamente sabían que si le atacaban en estas circunstancias, les iba a salir el tiro por la culata.

Pero aunque el virus esté ahí, hemos mejorado y con eso, se abrió la veda. Ahora que la ciudadanía ya no está tan asustada por el virus, es el momento elegido por quienes no tenían más proyecto para España que el de sus propios intereses, para atacar.

A montar lío. Que no se hable de quién ha sido responsable y de qué. Que no se repare en pensar que las competencias en Sanidad en este país son de las comunidades autónomas. Que no recordemos los duros recortes en Sanidad que algunos, que mucho exigen ahora, hicieron y que de no haber sido así, otro gallo cantaría.

Llegó el momento de las aves de carroña que, escondidas y en silencio en lo frondoso del bosque, esperaban su oportunidad. Lo peor de todo esto no son las actitudes de algunos ciudadanos estos días en la calle. Los ciudadanos están viviendo circunstancias muy duras que a veces les pueden llevar a la desesperación y es la obligación de todo servidor público mostrar empatía, siempre que no se infrinja la ley que rige para todos.

Lo peor son algunos políticos de la oposición que, desde las cómodas butacas de su escaño, sin asumir responsabilidad alguna por sus decisiones en estos momentos; sin dejar de cobrar ni un euro del sueldo público estos meses, se permiten el lujo de arengar y animar a la gente para justificar así su ataque al Gobierno; y si crean el caos, pues mejor. Éste es el verdadero sentido de votar 'no' a una nueva prórroga del estado de alarma. Ya lo decía Mariano Rajoy: «Cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político».

Pues espero que les salga el tiro por la culata. Sería una de las grandes lecciones que algunos deberían extraer de esta crisis, de las tantas que tendremos ocasión de compartir y que ojalá nos ayuden a construir una sociedad mejor.

Ni un paso atrás. Avanzar depende de todos nosotros, y los virus siguen ahí: el del coronavirus y, a favor de éste, los del odio, el revanchismo, el egoísmo, el oportunismo y el de la irresponsabilidad.

Decía Séneca hace más de 2.000 años: «El primer arte que deben aprender los que aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio». Gran verdad actual. Soportarlo, sí, pero sin dejar de combatirlo es hoy una necesidad.