Desde mediados de marzo, nos encontramos en medio de una crisis de ámbito mundial con pocos precedentes. Ustedes lo saben. La irrupción de la pandemia causada por el SARS-COVID 19 ha sido brusca y se ha extendido con rapidez por todo el mundo y por todas las capas de la sociedad. En, prácticamente, toda Europa ha sido o está siendo una catástrofe y ha alcanzado a toda la ciudadanía y a toda la economía.

Todos los sectores, sin excepción, se han visto afectados. Para algunos no ha tenido demasiados efectos perniciosos, aunque las restricciones de movilidad de los trabajadores, el periodo de cese de actividad y las dificultades en los suministros y logística también han incidido sobre ellos. Para otros, sencillamente, va a significar un antes y un después. Las cifras de caída de actividad, las de aumento del paro y de trabajadores acogidos a expedientes de regulación temporal de empleo son excepcionalmente altas e inéditas. La respuesta que se ha tenido que dar desde todas las administraciones también ha sido inédita, excepcional y ha supuesto un esfuerzo enorme. Se ha conseguido movilizar en tiempo récord una cantidad nada despreciable de recursos públicos para luchar contra la crisis sanitaria y para hacer frente a la crisis económica y social.

Y, sin duda, también ha habido efectos sobre el sector agroalimentario. Como es sabido, dicho colectivo se consideró esencial, de tal manera que la producción, el mantenimiento efectivo de la cadena alimentaria, la logística, el aprovisionamiento y la distribución se protegieron durante el confinamiento para garantizar el abastecimiento de la población. En unas condiciones realmente duras toda la línea de producción ha respondido a lo que se esperaba de ella con plena conciencia de su responsabilidad y de su función en la sociedad.

La respuesta del sector agroalimentario ha sido extraordinaria. No ha defraudado en absoluto sino que se ha hecho merecedor de todos los reconocimientos. Más allá de este periodo, no debemos olvidar que, antes de ser arrastrados por el COVID, veníamos de una sucesión de protestas protagonizadas por los productores agrarios en las que, con razón, ponían de manifiesto la problemática exógena que les aqueja y la necesidad de acometer cambios a todos los niveles con la finalidad de prepararse para un futuro que ya es el presente.

De esta crisis podemos extraer buenas enseñanzas. Ha mostrado bien claro el valor estratégico fundamental de este colectivo y, por ende, la necesidad ineludible de mantener un sector agroalimentario propio, diversificado, potente y bien engrasado capaz de soportar, con éxito, tensiones como las pasadas. Al mismo tiempo, ha puesto de relieve la fortaleza de producciones de corte básico, lo que comercialmente se denomina commodities. Ahí han entrado la carne de pollo y la de cerdo, entre otros productos. También los cítricos. Estos, rescatando, además, su etiqueta de alimento saludable y reforzador de las defensas del organismo. Este dato nos tiene que alertar de que, a pesar de todo, el consumidor europeo sigue identificando nuestras naranjas como un producto beneficioso, sano.

Por el contrario, productos que han tenido problemas serios de mercado han sido la planta ornamental y la flor cortada, los de ganaderos de ovejas y cabras, la carne de vacuno y equino, algunos productores de huevos, los pescadores o los pequeños agricultores que vendían a los mercados no sedentarios y al canal Horeca (hostelería, restauración y catering), cerrados a causa del COVID. Las producciones que van al Horeca comparten normalmente un rasgo común: su mayor valor. Generalmente, el marisco, la carne de cordero o la de vacuno son productos que consumimos cuando salimos de casa.

El funcionamiento divergente de las dos categorías de las que hemos hablado son las dos caras de la misma moneda: las commodities que se ven más presionadas por producciones de otros países, con peor marca de país y que son más fácilmente sustituidas por el consumidor en función del precio son las que mejor han funcionado durante este periodo. Se ha demostrado su tremenda importancia y han recuperado una presencia en el mercado que no se debe perder. Las producciones más apreciadas, más distintivas y vinculadas a la gastronomía más elevada han sufrido más.

Con todo, la gran vencedora de esta prueba ha sido la capacidad de adaptación de nuestros agricultores y ganaderos. Y, junto a ellos, la solvencia de nuestra cadena alimentaria y nuestra eficacia a la hora de garantizar la seguridad alimentaria y el abastecimiento de los mercados. Se trata de fortalezas que debemos asentar y agrandar en lo sucesivo.

De nuevo, se ha puesto en evidencia que es preciso contar con un sector agrario potente. El Consell y el sector, justo antes del confinamiento, convinieron en trabajar conjuntamente una serie de cuestiones para reforzar su situación. Algunas de esas cuestiones se han puesto de relieve estos días. Para el sector en su conjunto, los puntos fuertes y los débiles que se han apreciado durante estos meses deben servir de palanca para diseñar un futuro que, tal como ha quedado patente, debe ser nuestro.