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Alfons García03

Nada que añadir

Supe que Vértigo era algo más que una película cuando vi las huellas que me había dejado. Supongo que les ha pasado. Es como un deja vu, te plantas ante una película y de pronto las imágenes que te conmocionaron de niño y que algunas veces brotan en tu mente cobran sentido: esas paredes rojas aterciopeladas, la mujer rubia del pelo recogido, los ojos de pánico desde las alturas (no sé qué fue antes, si mi acrofobia real o la película). Me pasó con Vértigo y con Esta tierra es mía. El sufrimiento del don nadie y el rostro de dignidad recobrada de Charles Laughton los llevé años dentro sin identificar.

A veces transitamos por estas calles y estos años de manera parecida, sin identificar lo real. Sin ver, a pesar de los ojos abiertos. Detectar lo valioso me parece misión para superdotados. Me basta con valorar lo perdurable. Estos días extraños han permitido el encuentro con el barrio, descubrir a los de al lado. El hombre de la huerta que vende sus frutas y se ríe de la muerte ha sido bisabuelo y presume con voz rota sin despegar el caliqueño de los labios. Verónica ha regresado, era una habitual con su perro y se esfumó con la pandemia; reapareció la otra tarde, con una pareja desconocida. Recorrieron el barrio, como si fuera nuevo. Quizá tenía una doble vida. Quizá no tenía ninguna, porque nunca le preguntamos. Siempre veloces, pensando en la meta siguiente. Al volver, iba sin su galgo. Prefiero no preguntar.

Lo valioso no lleva instrucciones de uso. Nadie dice cómo se compone una canción que perdure, un poema que se recuerde, un cuento que traspase generaciones. Tampoco la vida llega con instrucciones. Ni la pandemia. Ahora todos parecen saber cuándo estaba aquí, todo lo que habría que haber hecho. No hay crisis sin profetas del día después. No quiere decir que no haya responsabilidades de las que dar cuenta. Dos, para mí, la alta cifra de sanitarios contagiados, que relacionaría con el desconocimiento y la falta de equipos de protección en los primeros momentos, y lo que sucedió en las residencias de mayores en esas primeras semanas: si fue una orden política o una decisión clínica. Gobierno y comunidades deberán responder. Lo demás es accesorio, juego político. Ese que estos días nos abochorna. Si los extremos se apoderan del discurso, como está pasando, la política la practicaremos en un basurero, para mayor gloria de los carroñeros. En la basura no he visto crecer rosas.

La vida es un juego de dados, una sucesión de carambolas. Como que ahora no te toque el boleto con covid. Tampoco conviene ponerlo fácil. No por uno, que al fin y al cabo casi todos nos creemos inmortales, sino por los que vendrán. Dicen que no hay mayor gesto de solidaridad que plantar un árbol que ya no te dará sombra, pero habrá a quienes cobije. Algo así. Lo pienso también de la ley valenciana del Juego. Nos dará sombra en el futuro, como la del tabaco y otros avances colectivos, pese a las presiones ahora para que no crezca.

Miércoles, plena bronca por la destitución del jefe de la Guardia Civil en Madrid. 8 de la mañana. Entra un wasap: «Buenos días, Alfons. Espero que todo vaya bien y la crisis médica y social te respete. Comparto contigo una reflexión, a propósito de aquella página (perdida en la noche de los tiempos) que me enfadó tanto hace años sobre mi ridícula pertenencia a una trama [omito el caso de corrupción, de esos que han afectado a cargos del PP]. Esta semana, la actualidad nos quiere enseñar que los informes de la Guardia Civil o la UDEF, incorporados a una instrucción judicial, son palabra de Dios hasta que afectan a tus intereses e inclinaciones políticas; entonces están plagados de errores [€] Me pregunto cuántos habrán acabado estos años en la papelera, desatendidos por los jueces, y cuántos falsos han sido elevados a la categoría de dogma de fe». Nada que añadir. Sin que este hecho (o la absolución de los acusados del Palau de les Arts) sirva para blanquear la corrupción del PP, ni para el intento desesperado de algunos por nivelar ese pasado fétido con investigaciones que han venido después, sí ayuda a ser conscientes del sesgo ideológico con el que tendemos a observar la realidad. Una capa de prejuicios difícil de apartar. Como el regusto de unas imágenes que conquistaron el cerebro en la infancia. Imborrables. Como la ideología sobre la que nos hemos construido. Una piel más.

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