Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Las ataduras no son para las aves

Hace muchos años tenía servidora de ustedes un jardinero, medianamente joven y soltero, que me venía a podar los árboles y darle un repaso al jardín tres veces al año, y que, aparte de ser más alegre que un baile de carnavales, hablando era más ruidoso que una demolición de tabiques y como me descuidara me trincaba para hablar levantándome dolor de cabeza.

A pesar de su juventud tenía más canas en el pelo que arroz en una paella y casi sin dentadura, por una traidora piorrea que le envenenó las encías, pero entrañable como un mueble de recuerdo familiar y transparente como el aire. Antoñito se llamaba, no era hombre de pluma, de cultura, e iba por la vida sin red de seguridad, a su aire, inquieto ( rabo de perinqué). Y digo "se llamaba" porque un día se enroló de marinero y nunca más supe de él.

Continúo. En uno de esos días de poda en mi jardín, apareció por mi casa el chico de mi supermercado de siempre a dejar la compra. Antoñito, metido sin más remedio en su callada meditación (porque yo me escondía para que no me diera la tabarra ni me agotara mis energías), podaba en aquel reino de los silencios con la cabeza en alguna parte, pues ni siquiera se escuchaban los silbidos de su canción preferida " madrecita del alma querida", de Antonio Machín. Oído el timbre de la puerta, acudí a la llamada dando paso al casi adolescente chico de la compra. Antoñito, al verlo pasar, le miró con cierto descaro, insistentemente y esperó a que saliera, cambiando ambos un casi amistoso saludo. Y de pronto se acercó al muchacho manifestándole su sospecha con un cauteloso, "¿ y tú, quién sos?" "¿ De quién sos tú?" El chiquillo, casi sintiéndose asaltado, le respondió, " de mi padre y de mi madre, p'a servirle a Dios y a usté". Antoñito, exagerado como siempre en sus expresiones, le preguntó, "¿ tu madre se llama Rosita y tu padre Manué?" "Sí señó", le contestó el chico sin aportar más detalles, mientras servidora me mantenía fuera del alcance de aquella conversación pero observándoles a los dos.

Así es que Antoñito, pletórico de entusiasmo y chasqueando los dedos, le espetó, "¡ entonces tú sos mi sobrino Julián, el más chico de mi hermana Rosita! ¡Yo soy tu tío Antoñito!" Mantuve la cordura a base de pensar rápido y en silencio, pues no me cuadraba aquel parentesco tan cercano sin conocerse ambos.

Asintió Julián, Antoñito preguntó por la salud de la familia y se fundieron en un breve abrazo. Mi jardinero, con la mirada húmeda de emoción, extrajo de su bolsillo no sé qué cantidad de dinero que entregó al chaval con un, " dile a tu madre que estoy bien y que no se preocupe por mí, que soy un pájaro loco y que voy a donde me lleva el viento". Luego podó los árboles y se despidió de mí con un, "me duelen las tripas por todas partes, pero no me gustan las ataduras y me embarco p'a la mar".

Así, sin más. "¿ Por qué?", le pregunté poniéndole de manifiesto una tristeza que se apoderaba súbitamente de mis arterias, mientras olfateaba aquel cerebro rebosante de vida. Me miró con aquellos ojos suyos llenos de un lenguaje sin palabras, queriendo ser justo en la respuesta. Carraspeó recuperando oxígeno e invadido de una cierta complacencia.

Y aunque no fui capaz de comprender en aquellos momentos la situación, sí que pude entender al aventurero de Antoñito cuando me respondió, "¿ los pájaros saben por qué vuelan?" Y es que el mundo es un abanico de personas, todas distintas y con distintos sueños, y si para unos tener compañía es una gran alegría, para otros la independencia y la libertad son su mayor tesoro y no lo cambiarían por todo el oro del mundo. Y eso hay que respetarlo?, aunque aún hoy eche de menos a Antoñito como un capitán de barco su timón. Ay, Señor, qué cosas?

Compartir el artículo

stats