El tabaquismo está considerado de por sí como una grave enfermedad crónica, dado que es capaz de causar la muerte prematura a más de la mitad de las personas que la padecen. Para ilustrar el enorme problema sanitario que supone, basta tener en cuenta que el tabaco es responsable de más de 8,2 millones de muertes por año en el mundo (7 millones de esas personas fallecidas eran fumadoras y 1,2 millones corresponden a fumadoras pasivas). Las más recientes estimaciones anuales disponibles indican que el tabaquismo ocasionó más de 56.000 muertes en España, el 84% en hombres y el 50% en mayores de 74 años, aunque una de cada cuatro muertes ocurrió antes de los 65 años. La mitad de la mortalidad atribuible fue ocasionada por tumores malignos, principalmente cáncer de pulmón.

En la Comunitat Valenciana, el 19,5% de las personas mayores de 14 años se declara fumadora habitual y el 2,6% fumadora esporádica, de manera que 1 de cada 5 personas adultas es fumadora. El tabaquismo ocasiona casi 6.000 muertes anuales, aproximadamente el 13% del total de las defunciones ocurridas en la población de 35 y más años.

Pero si el tabaquismo voluntario o activo es de por sí deletéreo, el tabaquismo pasivo supone un riesgo particularmente cruel para la salud de los no fumadores, tanto en la infancia como en la edad adulta. Los no fumadores expuestos al humo del tabaco ambiental tienen aumentado en un 30% el riesgo de padecer una enfermedad coronaria y en un 15% de morir por enfermedad cardiaca, también aumenta la probabilidad de padecer cáncer. En los niños preescolares, el tabaquismo materno aumenta el riesgo de padecer enfermedades agudas del aparato respiratorio y otorrinolaringológicas.

Y si vamos aún más atrás en el desarrollo evolutivo, la exposición intrauterina al humo del tabaco duplica tanto el riesgo de nacer muerto como la mortalidad infantil en el primer año de vida. De esta forma, si todas las embarazadas dejaran de fumar en el primer trimestre de gestación se evitarían el 25% de los recién nacidos muertos y el 20% de las muertes en el primer año de vida. Mediante intervenciones dirigidas a bajar la tasa de embarazadas fumadoras, es posible reducir el número de muertes infantiles. Estas intervenciones constituyen una prioridad sanitaria.

Pues bien, pese a que todo lo anterior debería ser bien conocido, la pandemia de la COVID-19 nos ha brindado algunos motivos de controversia. Y es que en algún momento ha habido hipótesis especulando sobre la posibilidad de que la nicotina podría tener un efecto preventivo en el contagio o en la reacción inflamatoria exagerada por esta enfermedad. Hay que dejar claro que lo anterior no está en absoluto basado en evidencia científica sólida, y más bien está fomentado desde oscuros intereses manipuladores, a los que hay que plantar cara, como justamente propone el lema del día mundial sin tabaco que propone la OMS este año. De hecho, se sabe científicamente que el tabaquismo aumenta la probabilidad de enfermar gravemente con COVID-19. En este sentido, se ha apuntado que uno de los aspectos más preocupantes de la pandemia de COVID-19 es su pernicioso impacto en las personas que padecen enfermedades no transmisibles, como la hipertensión, la diabetes, el cáncer y las enfermedades respiratorias, muy a menudo condicionadas por el tabaquismo.

El 31 de mayo es una efeméride promulgada por la Organización Mundial de la Salud, con el propósito de informar a la opinión pública acerca de las enormes consecuencias del tabaquismo. El lema de este año del Día Mundial Sin Tabaco «Proteger a la juventud de la manipulación de la industria y prevenir del consumo de tabaco y nicotina», hace referencia a la protección de los jóvenes frente a la incitante manipulación del sector del tabaco. El 90% de los fumadores inicia su consumo en la juventud, de manera que si fuéramos capaces de evitar que los adolescentes empiecen a consumir tabaco, evitaríamos el tabaquismo en los adultos y sus enormes repercusiones, sanitarias y socioeconómicas.

Vivir este año el Día Mundial Sin Tabaco en medio de la pandemia de COVID-19, nos lleva a ver cómo el consumo de tabaco aumenta los riesgos asociados a la misma, además de suponer otras amenazas para la salud. El periodo de confinamiento ha podido representar una oportunidad para dejar de fumar y mejorar su estado de salud para algunas personas, aunque no siempre habrá sido aprovechado así. Y es que no podemos bajar la guardia frente al tabaquismo, que en la actualidad es entendido como una enfermedad crónica, y que supone una enorme lacra para toda nuestra sociedad.