Actualmente, pensar en el mañana está muy influenciado por las cuestiones globales, ya sea para combatir las pandemias o para alcanzar nuestros Objetivos de Desarrollo Sostenible, tanto en sus dimensiones locales como en aquellas que nos afectan como planeta. Ya no es posible, si es que alguna vez lo fue, que las personas o las naciones piensen que la forma en que tratan la tierra, el aire y el agua no tiene ningún impacto en nuestra aldea global.

Factores nuevos como la complejidad, la diversidad y la sostenibilidad nos obligan, a las universidades, a reflexionar y revisar los contenidos de los estudios actuales y a reorientar y relanzar la investigación para comprender mejor estos problemas y desarrollar soluciones.

Para comenzar, el carácter de la propia ciencia y la tecnología está cambiando notablemente. La colaboración en torno a grandes proyectos es cada vez mayor en diversas áreas (medioambiente, biotecnología, salud, transporte, inteligencia artificial, energía, etc.) Además, esta investigación colaborativa y altamente competitiva no respeta fronteras geográficas y se articula en proyectos singulares con grupos de científicos de diversas partes del mundo, todos conectados en el ciberespacio.

El mejor ejemplo lo estamos viendo en la crisis del COVID-19 que, en un tiempo breve, ha activado la mayor red de cooperación científica y tecnológica de la historia. Se presenta un nuevo modelo de actuación, basado en la unión de ámbitos científicos distintos, organizaciones con objetivos dispares, y diferentes países, que encuentran su meta común de comprender la naturaleza de la pandemia y todos sus impactos.

Solo con este tipo de enfoque integrado, que se basa en la facultad de unir campos dispares, podremos enfrentar retos como el que estamos sufriendo.

Por otra parte, la forma de transmitir el conocimiento se ha visto alterada sustancialmente como consecuencia de la crisis COVID-19. En pocos días, la Universidad presencial ha realizado una gran transformación, cambiando la actividad docente a un escenario de docencia virtual. A raíz de ello, se ha intensificado el debate sobre si el futuro de la educación, el aprendizaje y la formación pertenece a un nuevo entorno digital basado en inteligencia artificial; o si el mejor aprendizaje seguirá siendo un esfuerzo esencialmente humano llevado a cabo de persona a persona en un entorno de campus.

Creo que la respuesta es "SÍ", con mayúsculas, para los dos procesos. Estamos en una bifurcación en la que debemos tomar ambos caminos. No albergo ninguna duda de que la forma en que seguiremos aprendiendo a lo largo de nuestras vidas ya está, y seguirá estando, profundamente influenciada por el uso de medios digitales, dispositivos y sistemas que facilitarán una enseñanza personalizada y a medida. Se abrirán oportunidades educativas a personas de todo el mundo de una manera más eficiente.

Pero aún tengo menos dudas en el sentido de que la universidad presencial seguirá siendo un elemento esencial de nuestra sociedad, que continuará proporcionando la educación más intensa, avanzada y efectiva. Las máquinas no pueden reemplazar la experiencia personal, ni la energía que surge cuando jóvenes esforzados, brillantes y creativos viven y aprenden en compañía, con la guía y la colaboración de profesores altamente cualificados.

Para este objetivo, la Universitat Politècnica de València ya está en pleno proceso de transformación, apostando por un cambio en la cultura docente, con el fin de acomodar nuestro tradicional modelo didáctico a las nuevas demandas de enseñanza y de aprendizaje que requieren los estudiantes. Se trata de dotar a los estudiantes de una capacidad de adaptación de forma continua a la situación particular de cada instante, en un mundo en constante cambio; y que esa capacidad se convierta en una habilidad inherente a la persona, que perdure a lo largo de toda la vida.

Asimismo, crece con fuerza una nueva necesidad: la formación y el aprendizaje durante toda la vida, y ello plantea nuevos objetivos educativos para las universidades. El concepto de aprendizaje permanente y las políticas relacionadas tienen fuertes implicaciones para la estructura de las universidades y la organización del conocimiento.

Se trata de una situación nueva en la que lo relevante de una persona no será lo que sabe sino su capacidad para aprender, crear e innovar.

En esta nueva coyuntura, los países y las empresas necesitan un sistema educativo y de investigación de alto nivel y con gran capacidad de transferencia de conocimiento. La mayoría de nuestros socios europeos confirman su apuesta por ese modelo, que toma el conocimiento, la innovación y el desarrollo tecnológico como pilares fundamentales de desarrollo y cohesión social.

Como país, debemos decidir entre ser protagonistas y liderar proyectos o conformarnos con ser seguidores sin capacidad para aprovechar los beneficios vinculados a la innovación que se origina en la vanguardia de la ciencia.

Nos esperan años complejos y a la vez apasionantes. La sociedad de los próximos años dependerá del trabajo que estamos realizando en estos momentos, de los fundamentos intelectuales y organizativos que seamos capaces de construir, y de la generosidad en el esfuerzo y en el compromiso social que seamos capaces de asumir.