En la película "Wall Street", Michael Douglas, un saqueador de empresas, se presenta en la junta de accionistas de Teldar Paper y descerraja una incómoda duda: «Esta empresa tiene 33 vicepresidentes con sueldos superiores a los 200.000 dólares. He pasado dos meses analizando lo que hacen y sigo sin saberlo».

Esa es la cuestión: ¿Que hacen cuatro vicepresidentes y 23 ministros en la oficina? ¿Por qué nadie plantea que trabajen a distancia?

El trabajo a distancia no es una elección binaria, entre oficina y casa. Gracias a una de las novedades del coronavirus, el teletrabajo (cuyas limitaciones son más sociales que técnicas) está teniendo su momento de gloria y podría llegar a afianzarse como modalidad dominante, atendiendo a ganancias tan obvias, como el ahorro de energía y la menor contaminación.

En la antigüedad, la mayoría de la gente trabajaba en casa, ya sea en la agricultura o en la artesanía. Los lugares de trabajo centrales fueron una aciaga exigencia de la Revolución Industrial. El hogar es un refugio, un santuario.

Durante siglos, pensadores, comerciantes y artistas sabían que la soledad era clave para el trabajo hondo, la innovación y el éxito. Pero en el último siglo, nuestra sociedad ha glorificado la extroversión, que echó raíces en el lugar de trabajo, con vitalidad febril, oficinas abiertas a todo volumen y trajín social. Las personas que se ocupan de funciones mundanas nunca han faltado en el cuartel general.

Esa extroversión se puede ver frenada después de la pandemia, siendo la mayor parte del tiempo para el teletrabajo, con sus benéficas secuelas sobre el medio ambiente: reducción de la contaminación de coches y autobuses así como de la demanda de petróleo y gas natural.

En una transición facilitada por la tecnología, el gran cambio que se está abriendo paso es la aceptación y flexibilidad de que, cuando se precisa, el trabajo se puede hacer fuera de la oficina. Cuando se resuelva el freno de las guarderías, esta realidad será imparable.

Al facilitar las reuniones electrónicas, Zoom y Face Time son herramientas con las que no sólo se puede escuchar, sino ver a la otra persona. Esto contribuye a cambiar el paisaje, con gente encantada de no pasar dos horas en el Metro. El resultado, al bajar el umbral del estrés, es saludable.

Supongamos que las oficinas físicas pasen a ser menos esenciales y que los trabajadores pudieran quedarse en casa trabajando hasta las 10 de la mañana y luego ir al trabajo (quizás todos, tal vez unos días a la semana). El impacto -en tiempo y dinero- que tendría en el tráfico sería enorme y la congestión estructural durante las horas punta podría convertirse en una huella del pasado.

Dadas las ventajas (ahorro de tiempo, costos de transporte, estrés emocional) inherentes al teletrabajo, los introvertidos pueden dedicar más atención al trabajo, al desaparecer de la ecuación los viajes, la búsqueda de estacionamiento, la pausa para el almuerzo y el sombrerazo a los compañeros de trabajo. De modo que no tienen que defender sus preferencias, el humor y el tono son cosas fáciles de malinterpretar, consistentes en zafarse de eventos sociales agotadores.

Aunque el impulso psicológico es mantener bajo control a los trabajadores, "al jefe le gusta ver tener a los empleados físicamente en la oficina" (algo que no deja de ser un pensamiento basado en el miedo), los adelantados tecnológicos (Twitter, Microsoft y Facebook) han decidido extender la opción de trabajar en casa, al tiempo que Bank of América ha rescindido los privilegios del telecommuting, alegando que la práctica era perjudicial para el trabajo en equipo de la empresa.

Cuando el teletrabajo masivo parecía estar a punto de despegar, las empresas del Silicon Valley compitieron para ofrecer ventajas más lujosas en las instalaciones -desayuno, almuerzo y cena gourmet, incluyendo permiso para llevar un perro a la oficina- en un esfuerzo por atraer a los millennials, que buscaban un entorno de trabajo distendido, sin jerarquías físicas y aumentar el tiempo de permanencia de los empleados.

Aun cuando en este preciso momento, prima en el ánimo de los empresarios mantener a los trabajadores a salvo del coronavirus (lo que en psicología del comportamiento se llama "el sesgo de la recencia", recordamos con mayor inmediatez el pasado reciente), lo esencial sigue siendo aumentar la productividad y reducir costes, ahorrando en alquiler, seguridad, servicios públicos, seguros, electricidad y mantenimiento. De modo que el enardecimiento por el trabajo a distancia no lo comparten todos.

Hasta que haya un tratamiento o una vacuna eficaz para acabar con este intrépido virus, la oficina remota parece ser la mejor opción, aunque el ideal para los escrutados se situaría en trabajar desde casa a tiempo parcial, si bien el trabajo a distancia, a tiempo completo, debería ser una opción para aquellos que lo deseen.

Este desiderátum no deja de incorporar valores apreciables: no hay política, no hay código de vestimenta, no hay necesidad de pagar el almuerzo o la gasolina del vehículo.

El científico británico Arthur C. Clarke ("2001, una odisea en el espacio"),

que propuso en 1945 el uso de los satélites como medios de comunicación global, predijo que un día la mayoría de nosotros estaría trabajando en casa.

Lo que no podía imaginar es que con la pandemia, una España tele trabajadora será una España más obesa. Millones de españoles se levantan de la cama y se acomodan en oficinas improvisadas en el salón. Algunos (los menos) ni se toman la molestia de incorporarse.

La cultura empresarial ha cambiado al comprobar que un virus puede propagarse por el suelo como un incendio forestal. El mundo se mueve lentamente hacia lo online, y lo remoto, pero no cabe descartar que si las empresas pasasen a trabajar totalmente a distancia, podrían experimentar una lenta degradación del entusiasmo, la productividad y el rendimiento.

El lugar de trabajo puede ser un súcubo de tiempo y emociones pero, como apuntó hace décadas la socióloga Arlie Hochschild ("The sociology of Emotional Labor"), también puede servir como valioso amortiguador y escape de tensiones domésticas.

El trabajo a distancia tiene formidables ventajas para el medio ambiente, para las empresas que no necesitan alquilar o poseer propiedades onerosas, para los trabajadores que no tienen que pasar horas en el tráfico o gastar en gasolina y comida, para los niños que podrían ver más a sus padres, para los contribuyentes que no tendrían que pagar por la reparación de las carreteras ni comprar ropa para el trabajo...aunque eso comporte renunciar al lenguaje corporal de trajes, blusas, medias y tacones.

La solución, hibrida, podría ser una fórmula intermedia, en que al menos 1-2 días se requiera presencia física, lo que solo sería aplicable a las oficinas ya que las fábricas requieren presencia física.

A sabiendas de que los poderosos necesitan las "caricias" de las masas, los Gobiernos lucharán con uñas y dientes contra el trabajo en casa, fuera de los focos de la televisión.

La paradoja es que, trabajando a distancia, estarían más cerca de los contribuyentes.