La clase política parece haber cogido gusto al uso de la terminología militar para referirse a la pandemia. El presidente Sánchez habla del enemigo invisible; José Luis Ábalos compara sus consecuencias con los efectos de la Guerra Civil. Ministros y portavoces gubernamentales, algunos con uniforme militar, se refieren a la «batalla a ganar», a las «líneas de defensa», a los «hospitales de campaña», las «trincheras», y a los «héroes en primera línea».

Mal asunto mentar el vocabulario castrense en un país cuyas autoridades, históricamente, nunca supieron reconocer el esfuerzo de sus soldados. Años de bancarrotas, de gobernantes excéntricos mientras sus ejércitos recibían la paga tarde y mal. Ayer se dejaba a su suerte a aquél que ponía su pica en Flandes ataviado con jubón y tahalí, y hoy a los que portan bata blanca y estetoscopio al cuello, sanitarios en general. A pesar del espectáculo vergonzoso por la falta medios, son muchos los que siguen -lanza en ristre- dando lo mejor de sí por los demás.

Poco importa que el coronado sea un Austria piadoso o un Borbón enfermo: los héroes son olvidados vilmente desde el principio de los tiempos. Habrá quien me tache de derrotista, pero tan sencillo como echar la vista atrás para contemplar una historia mil veces repetidas. Nos dio lo mismo con gobiernos progresistas o conservadores, con un Mateo Sagasta o un Cánovas del Castillo, con generales liberales o conservadores.

El heroísmo siempre le ha sido barato a los que mandan. Trescientos duros pagaban los pudientes para evitar ir a luchar a ultramar, donde nueve de cada diez españoles morirían por enfermedad y no por refriega enemiga. Como esos jóvenes que fueron enviados al Norte de África sin saber de guerras y mal pertrechados. No hace tanto, aunque nos parezca muy lejano en el tiempo y en nuestra historia.

Hoy, 50.000 sanitarios han sido contagiados por el virus. El 20% del total. Tres veces más que italianos y siete veces más que estadounidenses. En la Comunidad Valenciana se ha llegado al 30% de infectados.

Aceptando la imposibilidad de evitar esta tragedia y transcurridos más de tres meses desde el inicio de la crisis, ¿algún político puede justificar la vileza de enviar a nuestros héroes a las trincheras sin los medios, equipos de protección y de detección precisos? Luego les mandamos al paro sin aplausos, sin medallas... y sin hacerles test. Han librado la batalla con nóminas que no superan las dietas de un político. Mientras, sin tapujos, nuestros dirigentes configuran los gobiernos más nutridos y con más asesores jamás vistos. Deberían pagar por ello.