Me siento un poco perdida en una tierra de nadie. Sumida en el gran dolor en que el coronavirus nos ha asolado. Agradecemos y admiramos a aquellos que han dado su propia vida por salvarnos; a los muchos que han estando cubriendo nuestras necesidades cotidianas, exponiendo también sus vidas. No existen palabras. Los aplausos eran esas palabras imposibles de expresar. Mucha gente ha pensado que después de esta tragedia todos nos volveríamos menos egoístas, sociables. Pero el ser humano sigue con ese egoísmo puesto, con sus ideas fijas, y sus vidas muy suyas. Nada cambia€ No me he enterado porque sonaban caceroladas que afectaban a mi oído. Ni sé a quién iban dirigidas, solo me dolía el oído.

Pensaba en la soledad tan sola del moribundo y en la de sus familias que no podían estrechar las manos. Y el bramido de las cacerolas, un bramido casi simbólico para mí, atronaba.

España se soñó una vez. Cuando mucha gente se unió con sus diferentes ideologías para sacar adelante la democracia y desterrar los 40 terribles años de dictadura que quizá subsistan siempre en nuestras vidas como en extraño y abominable paréntesis.

La pandemia está causando la ruina de muchas empresas, el horrible paro, y mucho dolor. ¿Qué hacen los políticos? En estos momentos, que haría falta la unión entre todos por una causa común. Solo escucho palabras que suenan a aullidos sin sentido. No habla la razón, ni siquiera tienen vocabulario, ni respeto. El Congreso da pena; los insultos y las malas formas, la crispación, señalan una burda incivilización.

La ofensa defiende la sinrazón. No dialogan y el pueblo seguimos ese camino y somos como esfinges malheridas. No existe el diálogo. Lanzamos nuestras palabras deprisa sin escuchar al contrario que a su vez tampoco escucha. Por eso, quizá se dice que en España se grita mucho.

Serían de estudio los diferentes whats que llegan a nuestros móviles invadiendo y atropellando lecturas que nunca deberíamos dejar de leer.

La extrema derecha, cuyo solo sentido es apoderarse del poder a cualquier precio, utiliza mentiras y falsas verdades (¡ay el Poder! Cuántas atrocidades se cometen por poseerlo). Ellos, salvadores de la Patria, hacen suyos los símbolos, que, aunque solo son símbolos, nos diferencian de otros países y son parte de nuestra herencia como pueblo: bandera, e himno. ¡Cuántas veces lejos de mi tierra me ha emocionado a ver la bandera y escuchar el himno! Recuerdo en aquel campeonato de fútbol en el que España quedó vencedora, a mí que no me gusta el fútbol, me emocionó el ondear de banderas. Sin embargo ahora me siento extraña ante los símbolos que dañan. Incluso hacen propia, falsamente, la Institución Monárquica. (Mal favor hacen a la Monarquía ¡qué peligro!) Los vivas a España solo son agresivas emociones infantiles.

Por otra parte, la izquierda radical, con palabras mejor estudiadas (por eso algunos son profesores y conocen el peso de la influencia televisiva). Son prepotentes, y cambiantes y no ponen trabas a la ambición. No han sabido exponer los argumentos de los clásicos donde la razón impera. Se hicieron burgueses pese a no llevar corbata.

La Oposición, negándose a establecer una armonía, insulta e inquieta. Es dada a hacer gestos que conmuevan al pueblo, pero carentes de contenido. Deberían dirigir su mirada al Partido de la Oposición de Portugal.

No sé qué decir del Gobierno. Soy consciente de que se ha enfrentado con circunstancias totalmente desconocidas y peligrosas. Pero me tiene expectante, porque tampoco llego a entenderlo. El Poder es suyo, legítimamente conseguido. Pero falta que comuniquen mejor al pueblo su toma de decisiones. ¡Qué difícil lo están haciendo, a veces! La política resulta oscura cuando hay que unirse a extraños compañeros de viaje, aunque no haya otra opción.

Ni la derecha ni la izquierda han sabido pactar y ante ellos un pueblo donde impera el lenguaje del odio, la confrontación y no el lenguaje del amor respetuoso y democrático. Pero me mueve la fe en este pueblo mío, porque a pesar de todo siempre es él quien saca las cosas adelante.

No obstante quiero hacer constar mi admiración por Fernando Simón, que con un extenso e importante curriculum aparece diariamente y con gran humildad ante la televisión para informar a la ciudadanía sobre el coronavirus.

Estoy de acuerdo con el artículo de Leo Farache cuando habla de la enfermedad del ego de los políticos y como también él insinúa todos tenemos peligro de contagio.

Para calmar mis ánimos recurro a la poesía y dice Emilio Sola: «El miedo puede hacer al hombre cruel / y el odio puede hacer que sea imposible / la paz del mismo techo para todos».