Los ciudadanos aún no hemos otorgado crédito al momento en el que Fernando Simón nos indica que debemos descontar 1.918 muertos de un total que habíamos visto crecer día a día utilizando la más universal de las ciencias y operaciones: la aritmética y la suma.

Todos conocemos que al ser aceptado en un hospital, facilitas tus datos personales registrados en una especie de pulsera que habrá acompañado a miles de personas y servido para identificarlas mientras reposaban en una silla y un pasillo, cuando ya fueron incorporadas a sus camas en sala, cuando fueron trasladadas a la UCI y cuando abandonaron la UCI o la sala bien para ser recogidas por sus familiares o por los servicios del hospital que entregan el cuerpo sin vida a los familiares. Ese proceso se ha repetido en mil lugares. Al abandonar el hospital su historia clínica recoge bien la recuperación de la salud o bien su muerte. Un médico cierra esa historia clínica y rubrica su juicio.

No cabe inventarse muertos, tampoco perderlos, pues no se muere en tropel. ¿Alguien ha entendido el baile de cifras con el que hemos sido sorprendidos? Nuestro Presidente dio una explicación a un reportero: la reducción se ha realizado por «contabilizar con una cierta perspectiva cuál es el número real». A continuación hizo gala de usar «criterios estrictamente científicos y técnicos». Una vez más se invoca la ciencia en vano mientras se niega el procedimiento más antiguo y universal: la suma. ¿Es necesario?

Se han decretado diez días de luto. Pero sigo haciéndome una pregunta: ¿Luto por quién? Sabido es que se han registrado 19.000 muertes por covid-19 o con síntomas compatibles en los centros llamados residencias. El Ejecutivo tiene especial interés en silenciar, en relegar al olvido a esos ancianos; esta no es una apreciación personal. El diario El Pais afirmaba en su edición del 28 de mayo que «El Ejecutivo no informa sobre esos datos desde hace más de un mes». Una pregunta es inevitable: ¿A qué se debe ese silencio?¿No forman parte de esta historia que estamos viviendo?¿Puede ser que murieran en un olvido tan grande que ningún médico cerró su historia con un diagnóstico? Encarar estas muertes puede ser desagradable, pero debemos reconocerlas. Y no solo porque pueda existir una responsabilidad, sino porque el análisis en detalle de todos y cada uno de los centros nos llevará a reconocer que, por ejemplo, al no acudir los médicos a las residencias y al no recoger a los ancianos en urgencias se estaba tomando una opción que no puede ser silenciada ¿Podemos soportar esta situación?

Dispóngase todos los sumandos y facilítese el número real de muertos. Luego epidemiólogos y políticos harán la lectura que quieran y puedan; no toda lectura será posible.