La realidad a fascículos, así se mercadea en el rastrillo de la «nueva normalidad». Sales de casa y echas un vistazo rápido a tu entorno habitual. Ojeas la vida como las portadas de la prensa en tu quiosco, receloso de algún titular indigerible. En esta ocasión percibo mucho ruido: cazalleros cuarentones en las terrazas de bar, o viejos fumando puro con la mascarilla en la cabeza (una marranada de manual). La vulgaridad sigue en auge. La ordinariez resuena a tope de decibelios. En ocasiones veo cacerolas: sujetos impertinentes e indecorosos privados de logos, pura contaminación acústica. Ese colectivo de groseros lidera la «nueva normalidad». Estudié un máster interuniversitario en Idiotas para destripar su diminuto mapa moral. La filosofía tiene una deuda pendiente con tanto lerdo. Quien esto firma no.

Sigamos. La cátedra en apropiación del espacio público es cosa de hombres. Mantienen sus privilegios en la realidad post-confinada. Se presiente, se respira. Pasan de las fases y siguen en su propia «normalidad», la machista. Aferrados a un universo monofásico, el suyo, se desentienden de la responsabilidad ética que supone entrar en cada una de las distintas fases de esta inexplorada dimensión. Beben, gritan, fuman y escupen en el suelo. Lástima que siga sin multarse la impertinencia, la falta de decoro, la mezquindad. Su única neurona funciona en modo básico, así que conste en acta esa persistente burricie existencial. Toda una empresa la perseverancia del macho cabrío, especie sin extinción a la vista. A todos esos pocos colegas silenciosos, ¡gracias! El futuro sigue en vuestras manos.

La circunspección alimenta la sabiduría. ¿Seguirá Siria en guerra? Se lo plantea mi silenciosa amiga Pilar Pardo, indignada ante la ausencia de información pre-pandémica. La prensa, me dice, da más eco a las cacerolas que a los bombardeos. Lleva razón. Pilar y yo compartimos profesión, la docencia. Ambos somos refugiados: poéticos, literarios, existenciales. La ensordecedora «nueva normalidad» distorsiona la introspección, aunque no en nuestro caso. La gente no se soporta a sí misma. A los tíos borrachuzos me remito. El refugio en lo íntimo como salida de escape a ese ignominioso sabotaje público. En la cama, en el retrete o en tu despacho, sobrellevar la nueva realidad dependerá de adaptarse a esa intimidad doméstica. El diván, otra alternativa fabulosa.