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El desliz

La aristocracia se rasca el bolsillo

No todos los aristócratas son como el príncipe Joaquín de Bélgica, décimo en la línea de sucesión del trono de ese país, que ha dado positivo por coronavirus después de asistir a una fiesta en Córdoba que, según las autoridades, superaba el aforo de invitados permitido en la fase 2 del estado de alarma (15). El sobrino del rey Felipe de Bélgica tiene una novia cordobesa y no respetó la cuarentena fijada por España para los visitantes extranjeros porque asistió a dos meriendas en un cortijo, lo que ha obligado incluso a dar explicaciones a la primera ministra, Sophie Wilmès. "Es un ciudadano que se ha disculpado ya por su comportamiento", zanjó la líder belga con cierto hastío. No todos los aristócratas son tampoco como Luis Alfonso de Borbón, bisnieto de Franco que ostenta el ornamental ducado de Anjou, quien ha mandado al universo una queja porque en el transcurso de las manifestaciones antirracistas contra el asesinato del hombre afroamericano George Floyd a manos del policía que le estaba custodiando, una estatua de Luis XVI plantada en una plaza de la ciudad de Louisville perdió una mano. "Como heredero de Luis XVI y vinculado a la defensa de su memoria, espero que los daños sean reparados", escribió airado el aspirante a ese trono de Francia del que fueron desalojados Luis XVI y su esposa Maria Antonieta por la vía de la guillotina. Hace doscientos años que en la república vecina no deben preocuparse por los desvaríos de ciertas familias, que montan un baile mientras a su alrededor estalla la revuelta social.

Tan opaco para según qué cuestiones, el palacio de la Zarzuela ha difundido estos días que Felipe VI ha convencido a "todas las corporaciones nobiliarias, las órdenes militares, las cinco reales maestranzas, las órdenes internacionales con actividades en España, así como otras corporaciones nobiliarias y caballerescas, junto a miembros de la nobleza titulada, para adquirir 38.604 litros de leche y 25.000 litros de aceite de oliva para distribuirlos entre familias necesitadas de diferentes puntos de la geografía española". El rey ha reclutado a un par de primos suyos para organizar esta colecta a beneficio de la Cruz Roja, y lo ha comunicado al pueblo con esa mezcla de ranciedad y falta de empatía marca de la Casa. Le hubiera valido más callárselo, la generosidad verdadera suele ser anónima, porque no ha tardado el personal en hacer befa y escarnio de una iniciativa que nos retrotrae a los tiempos de la caridad, cuando ya queremos vivir en los de la justicia distributiva. Parece que los asesores de su majestad no han leído nada sobre Amancio Ortega y sus donaciones de material hospitalario, recibidas con cierta polémica. Tampoco habrán calculado que la generosidad regia nos recuerda a la demostrada por el emérito Juan Carlos I a su amiga Corinna con cargo a un patrimonio de dinero negro que investiga la justicia. La de otro país, claro está.

Los aristócratas se han rascado el bolsillo, aunque sea para contradecir su inanidad social, lo que no puede decirse de otras élites. Funcionarios que han teletrabajado sin ordenador, cargos de confianza que han esquivado el Erte, políticos que han recibido sus honorarios completos por una irrisoria cantidad de horas trabajadas. Ahora que nos disponemos a aflojar la mosca para pagarles la extra de julio, ya nos iría bien recibir una botella de aceite de oliva para suavizar el trago.

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