El prestigioso New York Times publicó el pasado 29 de mayo un artículo ("El virus de la derecha" ) donde alertaba del peligro que supone para España la extrema derecha representada por Vox, una amenaza que comparó con el nazismo. Desde hace años, la extrema derecha avanza con fuerza en Europa mientras desde nuestro país contemplábamos el auge ultra como un fenómeno lejano, sin imaginar que en muy poco tiempo una formación nostálgica y aparentemente minoritaria iba a convertirse en la tercera fuerza parlamentaria con los votos de más de tres millones y medio de españoles que le otorgaron 52 escaños y homologaron a Vox con la más potente ultraderecha europea.

El fulgurante ascenso del partido de Santiago Abascal fue como si una legión de españoles de bien se quitara la careta con la que fingieron durante décadas ser una derecha moderada, cuando en realidad sentían nostalgia por esa España grande y libre del nacionalcatolicismo, aquella donde imperaba la libertad sin libertinaje, el orden, la decencia y las buenas costumbres.

Aprovechando la coyuntura de la pandemia y ejerciendo el derecho a manifestarse que les confiere la democracia (prebenda que muchos de ellos abolirían si en sus manos estuviera), mientras a las ocho de la tarde unos aplaudían a los sanitarios que se jugaban la vida salvando la de los enfermos afectados por la Covid-19, otra España pletórica de rabia y odio, decidió salir a las calles de un barrio acomodado de Madrid, al grito de «libertad, libertad, libertad», con cacerolas en la mano a las que aporreaban con cucharas, quien sabe si tal vez de plata. Su consigna era pedir la dimisión de Pedro Sánchez, el presidente de un gobierno socialista-comunista-bolivariano, a quien consideran el responsable de todos los males producidos por el coronavirus.

Soy consciente de que hubo muchos fallos por parte de un gobierno recién llegado (apenas tres meses gobernando) que al principio de la pandemia no consiguió coordinar una respuesta inmediata, conjunta y ajustada a las necesidades específicas de los diecisiete modelos sanitarios de cada una de las comunidades autónomas. Nos invadió una hecatombe, todo nos venía de nuevo, había opiniones diametralmente opuestas por falta de datos, (incluido discrepancias en el gobierno), motivo por el cual, se tomaban decisiones dispares y contradictorias. La ciudadanía se sintió desconcertada al recibir informaciones discordantes. El principal motivo fue la atípica evolución del coronavirus, un agente patógeno que para nada se ajustaba a patrones previsibles. Como médico que soy, reconozco haber creído en los primero momentos (y como yo, muchos compañeros de profesión) que la epidemia no iría más allá de una gripe, pero el desconcierto tomó las riendas de una vorágine en la que surgían datos que aconsejaban tomar unas decisiones por la mañana que por la tarde había que cambiar porque las circunstancias variaban. No había una lógica racional que permitiera ajustarse a protocolos elaborados con un mínimo de rigor ni tampoco de tiempo. Pero este caos no sólo lo sufrió el gobierno español, por más que la derecha pretenda rentabilizar con votos una desgracia. Se equivocó la OMS. Se equivocó Alemania. Se equivocó Italia. Se equivocó Suecia en su arriesgada apuesta de renunciar al confinamiento para conseguir una inmunidad de rebaño. Sin embargo, la practica totalidad de los países tuvieron más suerte que nosotros, pues en ninguna democracia se aprovechó el caos para lanzarse a la yugular del gobierno y acusarles de ser ineptos, de improvisar en vez de gobernar e incluso ser responsables de miles de muertes. Un ejemplo muy próximo lo tuvimos en Portugal.

Y ahí es donde el artículo del New York Time carga contra la ultraderecha española: «la ultraderecha ha salido a las calles de España ?uno de los países más afectados por la pandemia? a reclamar libertad sobre los cadáveres de miles de muertos por el virus, y ha advertido que este es solo el inicio».

Del mismo modo que fue un error minimizar el peligro potencial que suponía Vox en sus inicios, mayor fue el error de creer que nuestro sistema sanitario era el mejor del mundo, cuando la cruda realidad demuestra que los trabajadores de la sanidad han tenido que lidiar con jornadas extenuantes en condiciones vergonzosamente precarias. Esos héroes de bata blanca a los que aplaudíamos a las ocho de la tarde, eran los mismos que un año antes se manifestaban para denunciar los contratos basura, los sueldos ridículos de médicos y personal de enfermería comparados con los de sus homólogos de los países vecinos, la falta de dotación, de presupuestos y de personal, los intentos de privatizar la sanidad pública, la masificación de las consultas en atención primaria en las que un solo médico tenía que atender a veces a casi un centenar de pacientes. Alguien nos engañó, porque no teníamos la mejor sanidad del mundo. Tal vez sí los mejores profesionales, pero no la mejor gestión. Ha sido bochornoso que al principio de la lucha contra la Covid-19, los sanitarios tuvieran que protegerse con bolsas de basura y se vieran en la dura disyuntiva de escoger a qué pacientes conectaban a un respirador y a quienes no. Porque en aquellas mareas blancas, los médicos reivindicaban, entre otras cosas, la carencia de respiradores, y la crisis de la pandemia les ha dado la razón, como también se la ha dado a quienes denunciaban los recortes en sanidad y protestaban ante la urgencia de la derecha por privatizar la sanidad pública.

¿Cuántas muertes podrían haberse evitado si se hubiera atendido las reivindicaciones de las mareas blancas? ¿Alguien es capaz de asegurar que hoy la pandemia estaría resuelta si Pablo Casado hubiera presidido el gobierno?

No es justo ni decente considerar a Pedro Sánchez (o a Casado, o a Rajoy, si hubiera sido el caso), como un sádico que ha disfrutado confinando en sus hogares a todo un país (sin que haya servido para nada según algunos), martirizándonos con una concatenación de fases (cero, uno, dos€) que nos permitieran recuperar unos mendrugos de libertad cada dos o tres semanas.

Hay que considerar que la pandemia sigue en activo, que el riesgo de un rebrote es una probabilidad que no hay que ignorar. Que por mucha prisa que el poder empresarial y financiero tenga en que todo vuelva a la normalidad, lo prioritario es la emergencia sanitaria que nos ha cambiado la vida. Sin gente sana jamás habrá una economía próspera. Y además, las crisis económicas siempre se resuelven, pero la muerte de un ser humano no tiene marcha atrás.

Finalizaré con una reseña del New York Times donde se hace eco de la vergonzosa oposición que están haciendo Vox y el PP a cuenta de la pandemia. El diario neoyorquino no entiende cómo mientras mueren miles de personas, las derechas se dedican a jugar políticamente con la inmensa tragedia nacional. Como reflexión final, ahora que hemos comprobado que quienes se movilizaron en las mareas blancas tenían razón, no olvidemos que quien entonces estaba en la Moncloa no era Pedro Sánchez sino Mariano Rajoy.