Mi hermana falleció de un cáncer de páncreas, seguramente inducido por los medicamentos ligados a la esquizofrenia paranoide, que es la segunda causa de muerte en estos usuarios de salud mental después del suicidio. Es muy posible que el hecho de que su médico heredara los pacientes de su padre fuera también la causa de que no tuviera un seguimiento de problemas oncológicos derivados de su tratamiento. En lo mental, todo es mejor si queda en familia.

Demasiadas veces, la dificultad de resolución de esta peculiaridad síquica se resume en paliar sus síntomas externos, que resultan incómodos a la gente que no tiene trastornos de espectro psicológico. Uno de estos síntomas es el exceso de sinceridad, provocado porque el paciente esquizofrénico necesita constantemente separar lo que es real en sus vivencias. Necesita probar en voz alta si las voces que escucha en su interior, sus pensamientos, los temores y pánicos que se le presentan irresolubles, son compartidos por el resto.

Estas cavilaciones imaginarias se confunden con las diarias hipocresías sociales de la sociedad «normal». Por eso el rechazo al paciente esquizofrénico paranoide no se debe tanto a sus momentos depresivos -que pasa en la más triste soledad- sino por decirle al señor que lleva un peluquín que tiene más pelo que hace un año, llamar puta a la amiga que tiene una relación con un señor mayor y de buena posición social, o describir -con claridad de pensamiento y detalles que ha anotado con singular perspicacia- la actuación del familiar que está abusando de la buena fe de sus padres.

Entre los esquizofrénicos paranoides masculinos, el rechazo a las normas suele ser común. Se niegan a recibir un tratamiento que a todas luces consideran dañino y suelen desarrollar paralelamente la vías de llevar una vida que creen más acorde con lo «natural». No son víctimas de la industria farmacéutica. Lo son de la industria naturalista que les propone desde el herbario chino al aceite de pescado, entre otras soluciones nutricionistas. La fe en estos remedios funciona -como funciona rezar a Buda o a Cristo- y viven felices y convencidos de que se han liberado del imperio de la farmacopea hasta que, contra todo pronóstico para ellos, sobreviene el suicidio.

La idea de que existe un mundo perfecto en el que el ser humano cohabita con la Naturaleza viene en los primeros capítulos de la Biblia, o en los últimos de cualquier religión, pero es objetivamente errónea. El ser humano no es el único animal que sobrevive sobreponiéndose a su entorno mecánicamente: los castores desvían el curso de un rio construyendo una presa; pero sí es el único que posee la capacidad de convencerse a sí mismo y a los de su especie con palabras. Durante siglos hemos sido guiados por la fe de la existencia de un supremo creador cuyo principio fue el verbo (Dios dirá) pero hoy podemos, con nuestros ordenadores personales, cuestionar la Ciencia individualmente sin miedo al pecado. El individualismo, que cree en la libertad personal como medida de todo, nos permite asegurar -mientras tomamos unas cervezas pasteurizadas- que el espectro autista lo producen las vacunas o que el cáncer se cura alcalinizando la sangre con bicarbonato porque lo producen aditivos alimentarios que benefician a la industria.

El desconocimiento de la psiquiatría confunde a menudo causas y consecuencias. Los placebos pueden dar los mismos resultados que los medicamentos, y mucha gente deduce que se pueden sustituir por una Nueva Fe que nos mantenga alegres y felices, que es lo que realmente influye en nuestro organismo. En realidad, nuestro organismo sigue igualmente su curso pero una actitud positiva nos permite hacer ejercicio, afrontar el nuevo día, relacionarnos y vivir. En ningún caso esto sustituye al uso de mascarillas, de quimioterapia o de vacunas.

Para muchos existe un Imperio del Mal que actúa en la sombra contra nosotros, manejando nuestros designios y mintiéndonos para que no sigamos nuestra esencia natural. Creo que es una inmejorable definición del trastorno esquizofrénico paranoide. La realidad es mucho más prosaica y los más realistas creemos en una humanidad plagada de errores donde los aciertos son casualidades que ocurren a pesar de nuestra ignorancia. Morir convencidos de que Dios nos ama es hermoso y aparentemente sin sufrimiento, pero es igualmente morir y detrás de una sonrisa en los labios los dolores son idénticos.

La fe ciega es absolutamente imposible de rebatir. El desconocimiento puede combatirse, pero no del día a la mañana. La lucha contra la ignorancia es lenta y ardua. Demostrar la realidad cuesta invertir años o siglos en ello. Una ilusión y una mentira se levantan en un solo día. Y esto no debe deprimirnos, porque si existe una fe que merece la pena, es la de que el raciocinio humano es capaz de sobreponerse a sí mismo haciéndose constantemente preguntas.

Wislawa Szymborska lo expresó así: «Si Isaac Newton no se hubiera dicho «no sé», las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo, y él solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas. Si Marie Curie no se hubiera dicho «no sé», se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas. Pero siguió repitiéndose «no sé» y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante». Los científicos no consiguen crear un instantáneo mundo perfecto de ilusiones, solamente, a base de infinito esfuerzo, los instrumentos para hacerlo mejor.