No seré yo el que justifique los errores e irregularidades en la gestión del Gobierno en esta pandemia, más allá de otorgar el beneficio de una atenuación de responsabilidad ante la posible imposibilidad de prever lo imprevisible, si ello se demuestra que fue así. Ni seré yo el que justifique este prorrogado estado de alarma, cuando de facto ha tenido más características de un estado de excepción que de alarma, a tenor de autorizadas opiniones de constitucionalistas.

Sin embargo cuando en nombre de las libertades individuales y públicas se ha venido estableciendo en la sociedad cierto paradigma de que es posible, en principio, infringir leyes, porque al final, ciertas interpretaciones de la legalidad, en unos casos difusas, en otros sutiles y en muchas contradictorias, dejan desdibujada la norma; el «personal» empieza a vislumbrar que saltarse las leyes no tendrá importantes consecuencias. De ahí al «casi todo vale» hay un paso.

Puestos a abrir escalonadamente el confinamiento general, sufrido «a lo bestia», como medida de precaución ante la incapacidad de otras medidas; parece razonable esa proporcional desescalada atendiendo a criterios y variables más ponderadas. Indudablemente, como decía aquel: «Lo mejor para impedir que disparen a la procesión es que la procesión no salga», en lugar de tener un buen sistema que detecte a los que disparan y los neutralice, pudiendo así salir la procesión. Con esto del confinamiento, y salvando las diferencias, ha sucedido algo parecido.

Cuando una parte importante de la población no tiene la disciplina y responsabilidad de autorregularse y respetar las normas del desconfinamiento y se «lanza» a las calles y plazas sin respetar distancias, uso de mascarillas, medidas de higiene, y lo que es más importante, despreciando los posibles contagios que pudieran producir a sus conciudadanos; parece que dicha conducta da pie a que los que gobiernan pudieran adoptar nuevas medidas de contención y recortes en derechos y libertades, que ante su posible incapacidad, desconocimiento o desbordamiento para corregir la situación, les justificara acudir de nuevo a confinamientos «a lo bestia» y obtener un «respaldo» en el Congreso de los Diputados permitiéndoles nuevos «estados de alarma» y gobernar por Real Decreto, incluso, aspectos no relacionados con la pandemia.

Una sociedad cansada de confinamientos a «lo bestia», que demostró obediencia y respeto al inicio «oficial» de la pandemia y cierta tolerancia con los errores de Gobierno, aderezada esa obediencia, sin duda, con el temor de muchos a los controles policiales y sanciones por romper los primeros confinamientos; ahora se ha desatado en las fases de desescalada. Si a esto unimos el paradigma instalado de que saltarse las normas puede no tener importantes consecuencias y que los políticos juegan a un tirar y amagar, no sea que las urnas, al final, se resientan por un «cabreo» generalizado, es el escenario que tenemos, recogiendo lo sembrado del «casi todo vale» , las contradicciones y la desconfianza en el que «manda».